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JOrge Dezcallar

Cataluña, te quiero

Hay que llamar a las cosas por su nombre. Lo que está sucediendo en Cataluña es un golpe de estado, que ha forzado al rey Felipe VI a salir en defensa de la Constitución y de la democracia, hoy amenazadas por la radicalidad de un Procés dirigido por un gobierno que en su enloquecido caminar ha violado la Constitución, el estatut de autonomía y las propias normas del Parlament autonómico en las que reposa su legitimidad. Dicen que eso es democrático, pero solo engañan a los que se dejan. No todo vale.

Antes estas cosas se hacían con tanques y soldados por las calles. En la Europa postmoderna, los instrumentos son otros: algaradas populares y creación por la fuerza de los hechos de un marco alternativo de referencias políticas y pseudolegales.

Algunas cosas, sin embargo, no han cambiado. Como el uso deliberado de la mentira al servicio de los objetivos políticos y de la justificación del ilegal proceso emprendido. Por ejemplo, sobre las víctimas de la violencia policial del pasado 1 de octubre. La señora que decía que le habían roto los dedos y manoseado, y que ha tenido que "aclarar" que no fue así. Las imágenes de televisión manipuladas, como ha denunciado Le Monde. Pero la cosa va más allá. La mentira se ha utilizado como instrumento político de manera sistemática, como hacían los totalitarismos del pasado. Los independentistas mienten sobre el pasado, inventándose una historia inexistente. Mienten sobre el presente, acusando a la democracia española de una opresión sobre Cataluña que sólo existe en su imaginación. Y mienten sobre el futuro, negando la evidencia mil veces repetida de que una hipotética Cataluña independiente quedaría empobrecida y fuera de la Unión Europea, igual que el Barça quedaría fuera de la liga.

También trae recuerdos desagradables su actitud de acoso hacia quienes no piensan como ellos: los escraches, las amenazas, las presiones contra los alcaldes que no secundan el proceso, o los insultos en las escuelas contra los niños hijos de guardias civiles. Se ha dividido a la sociedad catalana hasta el punto de que los constitucionalistas tienen miedo a hablar y a expresar libremente sus opiniones. O se está con el Procés o se es un mal catalán, y si lo eres te vas a enterar. Lean la dolorida denuncia de Isabel Coixet ante el acoso que sufre. Los independentistas hacen todo eso en nombre de la independencia, que para ellos es un fin superior que justifica utilizar todos los medios necesarios para alcanzarlo. Esto tampoco es muy diferente de lo que hacían los partidos totalitarios de los años 30, que justificaban sus políticas en nombre de intereses supremos como el triunfo de la revolución o la defensa de la nación. Recuerden a Brecht. La diferencia desde luego está en el grado de violencia que aquellos estaban dispuestos a utilizar, y que afortunadamente hoy nadie acepta en Europa.

España se enfrenta hoy a un problema gravísimo, la ruptura por la fuerza del orden constitucional, y su propia desaparición como el país que conocemos desde hace más de cinco siglos. Objetivos que parecen coincidir con los del populismo, lo cual no es extraño porque el nacionalismo es una forma de populismo que se ha alimentado de la crisis económica y de los temores de muchos ante el aumento de las desigualdades y del desempleo. La Asamblea Nacional Catalana surge al mismo tiempo que las protestas del 15 de mayo de Madrid, y Podemos se funda solo meses más tarde. Unos ofrecen soluciones simplonas a problemas complejos y otros buscan seguridad en la aldea, con recetas locales a problemas globales. Pero ambos son producto del miedo.

La incapacidad del gobierno para hacer frente a este desafío ha sido asombrosa. Las cosas nunca tenían que haber llegado hasta este punto, incluidos los hechos lamentables del pasado 1 de octubre. Para eso está la política, si se sabe utilizar. El gobierno ha ido siempre a remolque de los acontecimientos, incapaz de tomar la iniciativa, de marcar los tiempos, de dar cariño, de poner sobre la mesa ideas atractivas, y de ganar la batalla de la imagen. Y ello a pesar de todos los instrumentos que tiene a su disposición. Porque, contra lo que parecen pensar los independentistas, España no es un invento de Franco, y el entramado de afectos, cercanías, complicidades y dependencia mutua entre Cataluña y el resto de España es muy denso. Es difícil hacerlo peor. En ese aspecto, y a pesar de su absoluta deslealtad hacia el resto de España, hay que reconocer que el gobierno catalán ha sido infinitamente más hábil.

Pero lo último que interesa ahora son los reproches, de los que ciertamente tampoco se salvaría un PSOE a la deriva. Estamos ante una situación de emergencia grave para nuestro país. España es una gran democracia y tiene la fortaleza necesaria para superar esta situación. Pero para ello tiene que utilizar adecuadamente los instrumentos de que dispone, el primero de los cuáles es su capacidad para actuar con inteligencia política.

A mi juicio los pasos que habría que dar son los siguientes:

1. Acordar con los partidos dispuestos a mantener el consenso constitucional las medidas de emergencia necesarias para hacer frente a la situación y restablecer la legalidad y el orden constitucional. Es la prioridad máxima.

2. Aplicar esas medidas de manera inmediata, sin complejos, con la convicción y la firmeza que da la conciencia de que son necesarias para defender los derechos de todos los catalanes y de todos españoles, que en este momento se encuentran gravemente amenazados por una minoría radicalizada.

3. Desarrollar una intensa actividad de explicación de la política que se vaya a desarrollar, tanto en Cataluña como en el resto de España, en Europa y en todo el mundo. Explicar lo que está haciendo y por qué lo está haciendo es labor esencial de todo político. Es la única manera de convencer y de crear consensos, que es a fin de cuentas la forma de gobernar en un sistema democrático.

4. Analizar las razones del descontento de tantos catalanes con la situación actual y buscar soluciones que nos permitan continuar como una gran nación unida y democrática. Cambiando juntos todo lo que haya que cambiar. Pero dentro de la ley porque las constituciones se pueden (y deben) reformar pero nunca violar.

5. Transmitir a los catalanes el respeto, la admiración, el afecto genuino y la cercanía que sentimos hacia ellos el resto de los españoles, al margen de algunos exaltados cuyo extremismo también ha sido avivado por el mismo Procés.

Es urgente hacerlo ya. No tiene sentido esperar más. En ello nos va la supervivencia misma de nuestro país, y tenemos que defenderlo. Igual que a Cataluña.

*Embajador de España

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