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Piqué, el profesional

A Gerard Piqué se le pueden reprochar muchas cosas, pero jamás la profesionalidad que está demostrando. Tampoco se le puede exigir que disimule su catalanismo, faltaría más, o que renuncie a vestir la camiseta de la selección española de fútbol. Veámoslo desde otro ángulo, mucho más sensato, moderado y pragmático. Todos sabemos que Piqué se siente catalán, muy catalán. No lo oculta, ni tiene por qué hacerlo. No por ello debe ser fustigado, ni vilipendiado ni silbado en cada una de sus apariciones. También sabemos que le gusta tocar las narices, pero siempre se trata de una provocación de baja intensidad. Nada grave. No tengo ninguna simpatía por el equipo que representa, el Barça, pero eso no impide que seamos un poco justos con él. Pongamos que Piqué no siente los colores de España, que es mucho suponer y, sin embargo, los defiende de manera ejemplar. Está claro que cobra su gran sueldo. Pero aquí lo que muchos le echan en cara es su falta de compromiso emocional, y es aquí donde se hace necesario destacar el mérito del jugador. Cumple con creces con su trabajo. Veámoslo de este modo. No podemos saber si el futbolista vibra con la selección española. Dice sentirse orgulloso de formar parte de ella. A un trabajador hay que exigirle que cumpla con su cometido, con eficacia, honradez y, si puede ser, brillantez. El resto es filfa patriótica. Uno puede discrepar -un servidor sin ir más lejos- de su no probado independentismo y demás. Sin embargo, si nos paramos a pensar unos minutos, habrá que concluir que el hombre es una pieza importante en el combinado nacional. El día que, por alguna u otra razón, deje de ser internacional con España y se alinee en un hipotético combinado catalán, todos tendremos que agradecerle, si somos honestos, los servicios prestados para la causa. Que, con el tiempo, pueda defender otra causa, ése es otro cantar, otra película, otra historia. Pero, de momento, a pesar de sus comentarios impertinentes que, dicho sea de paso, pueden ser perfectamente combatidos con otros comentarios de igual impertinencia, Piqué está demostrando, de algún modo, su compromiso. Algunos dirán que con lo que cobra no debe extrañarnos semejante compromiso. También es cierto, para qué engañarnos.

De alguna manera, en nuestra querida/odiada España existen muchos ciudadanos que no enfatizan su españolidad, no sacan pecho ni exhiben músculo patriótico, en fin, que son algo alérgicos a ese despliegue obsceno de banderas, y no por ello sienten la necesidad perentoria de darse de baja del país, renunciar a su, digamos, problemática españolidad. Son españoles, pero sin marcar paquete. No cuelgan la bandera nacional en el balcón o la ventana de sus casas o pisos. Ahí está el español serio, el que, a pesar de la agitación histriónica de esteladas y demás, observa todo este desastre con preocupación, enfado sordo y, a veces, melancolía. Sufre su españolidad en silencio, sin arrojarla a la cara de nadie. Cada vez que escribo sobre el tema, no puedo evitar esa melancolía, esa casi tristeza al ver cómo España vuelve a revelar su ancestral vertiente cainita. Y, siempre, siempre aparece Portugal como escenario, como lugar idóneo para curar las heridas de ser español. Rescato ese cansancio de ser hombre, que decía el poeta, y hoy lo aplico al cansancio de ser español. Y, sin embargo, lo soy, con todas las contradicciones que ello supone. Un español que es capaz de criticar ácidamente a su país. De ahí el empacho que uno siente ante esa masa portando esteladas, berreando su patriotismo. Una vez dicho esto, decir que Piqué es un buen español, un gran profesional que trabaja por el bien de la selección. No le pidamos que se golpee el pecho ni sobreactué una españolidad que no necesita exhibir.

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