Bruno Ganz, en la memorable película de Oliver Hirschbiegel, El Hundimiento, da vida a un Hitler medio ido, alejado de la realidad, que con los rusos apenas a cinco kilómetros del centro de su capital, sigue aludiendo a ejércitos que solo existe en su mente y haciendo planes insólitos e impracticables y diciendo que todavía la guerra no ésta pérdida; tengo para mí que el titulo de la obra cinematográfica no va tanto referida tanto a la caída del Reich milenario como al estado de profundidad, tanto física, a cuarenta metros por debajo de la Neue Kanzlei, como psicológico del dictador. Pero claro aquel trastornado canciller, por lo menos tomaba decisiones, locas, absurdas, insensatas, pero hacía algo. La diferencia entre lo que sucedía en el interior de aquel bunker, en abril de 1945 y lo que pasa en el Palacio de La Moncloa en octubre de 2017, es precisamente esa, que allí hacían algo y aquí con absoluta ceguera de lo que pasa se sigue diciendo que no ha habido referéndum y que prevalece el estado de derecho; pues eso, a verlas venir.

Decía el humorista Pedro Ruiz, si no voy errado, que el problema de España no es que haya millones de parados sino que existen miles de quietos y la mejor muestra de que tal pensamiento contiene verdad la tenemos en quien en estos tiempos de zozobra esta al timón de la nave del estado; digo bien ésta al timón, pero no lo toca; la nave estatal va al pairo más absoluto, al albur de vientos y piratas, sin que el timonel que nos hemos dado haga un solo mohín para cambiar la situación o por lo menos para intentarlo. No sé si cuando se publiquen estas líneas el hierático monclovita habrá tomado alguna decisión, pero si tal es, habrá que convenir que ya tenemos varias bodegas inundadas y el bajel tiene ya mal gobierno.

Ha olvidado el pontevedrés que las únicas batallas que no pueden ganarse son las que no se libran; el presidente, en infantil actitud, ha preferido esconder la cabeza bajo las sábanas con la vana esperanza de que cuando la saque sus monstruos nocturnos ya no estarán allí. Perdida ya la batalla de la imagen, victoria que se ha llevado el de Girona por pura incomparecencia del adversario, ahora se encuentra quien manda en el Ejecutivo, con la penosa misión de dar una última batalla, la de los hechos, lo cual causa sin duda un profundo terror en el presidente, porque ello implica tomar decisiones, y cuando uno toma decisiones puede errar, equivocarse, pero esperar ganar la batalla no tomándolas, a la espera del error del adversario puede dar lugar a una catástrofe en la cual no se tiene ni tan siquiera el consuelo de haberle echado un par.

La última hazaña del señor registrador ha sido, en una nueva modalidad del "entra tu primero que a mí me da la risa", la feliz idea de hacer salir al jefe del Estado en su lugar, penoso y obligado papel el del Rey, y al fin y al cabo para decir lo que tendría que haber dicho él mismo, además de, de una vez por todas, informarnos sobre lo que piensa hacer sin utilizar las palabras ley, Estado de Derecho o democracia; simplemente que nos diga, no cual es el nombre del medicamento, sino como piensa dosificarlo. No es el Rey, no son los abogados del Estado, no son los parabienes de los líderes de la oposición, los que deben dar la cara, es el presidente, para eso se le paga el sueldo y sin no vale para ello, pues una renuncia se hace del todo necesaria, porque para no hacer nada valemos todos. Siempre he sido un ferviente defensor de aquella idea fuerza kenediana, de no preguntar lo que tu país puede hacer por ti, sino de preguntar qué puedes hacer tú por tu país; para el de La Moncloa la frase se pronuncia al revés.

Hasta el punto de que, con el agua ya al altura de nuestro labio superior, el ínclito Rajoy dice ahora que a petición propia, igual la semana que viene va al Congreso a explicar lo que todos vemos a simple vista; para ese viaje sí que no hacen falta alforjas.

Pero claro, el señor Rajoy no está en esa tesitura por su sola voluntad, sino porque alguien con sus votos le ha puesto allí, también recae parte de la responsabilidad de sus actos, mejor dicho de sus omisiones en quienes han ayudado o coadyudado en su nombramiento; por cierto, me imagino a un Sánchez dando veneradas gracias a un Iglesias por haber apartado éste cáliz de él con su no en la investidura del socialista, de menuda le ha librado.

A uno le queda la sensación estos aciagos días de el palacio de La Moncloa ésta habitado, no por el ectoplasma poltergasciano que se aparece de cuando en cuando en nuestro televisor casero sino más por los fantasmas de los miembros de la orquesta del Titanic, cuyos músicos, asidos a sus instrumentos seguían interpretando la canción Más cerca de ti, señor mientras las frías aguas del Atlántico les humedecía ya las suelas de sus zapatos.