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Daniel Capó

La mirada de Cicerón

La actualidad se observa mejor desde la distancia, sin dejarse guiar por la impaciencia turbadora de los acontecimientos. Los clásicos nos enseñan que, como decía Benedetto Croce, "toda historia es historia contemporánea" y, por tanto, hay paradigmas que se repiten una y otra vez. El libro de Ronald Syme La revolución romana, publicado en Oxford en 1939, sería un buen ejemplo de ello. Se trata de una obra fundamental para comprender la caída de la República romana y el advenimiento del Imperio, encarnado en la figura de Augusto. Syme lee a los historiadores de la época, traza tendencias, contempla el caos de unas elites enfrentadas y oportunistas. De fondo, sólo explícito en el título de los capítulos, se impone el paralelismo con las turbulencias que vivía Europa en aquel momento y el retorno de algunos modelos que se podían detectar ya con toda crudeza en las obras de Salustio o de Tácito. Entre las distintas fuerzas enfrentadas, destaca la figura señera de Cicerón: un senador llamado a preservar las viejas virtudes republicanas. Syme nos lo presenta con una simpatía muy relativa, sin ninguna voluntad de esbozar una hagiografía: "Cicerón fue una persona humana y culta, una influencia persistente en el curso de toda la civilización europea; pereció víctima de la violencia y del despotismo. La gloria y el destino de Cicerón, sin embargo, son una cosa; otra muy distinta, el enjuiciamiento de su actividad política cuando instigó al heredero de César en contra de Antonio. El último año de la vida de Cicerón, sin duda lleno de gloria y de elocuencia, fue ruinoso para el pueblo romano".

Un ensayista francés contemporáneo, Pierre Manent, ha recuperado la figura, el pensamiento y la época de Cicerón para reflexionar sobre nuestro propio tiempo. Manent nos habla de un periodo -el de la revolución romana- que se caracterizó por la ausencia de una estructura política definida -esas décadas de interregno entre la República y el Imperio- y se pregunta si Europa no estará viviendo una etapa similar. El "momento ciceroniano", que suele coincidir con periodos de profunda crisis, es el vacío que se abre entre la desaparición de una forma de poder y la consolidación de otra. En nuestro caso, el debilitamiento -obvio y por voluntad propia- de los Estados a favor de una macroestructura política como la Unión Europa, a la que se ha cedido parte de la soberanía sin que hasta ahora haya surgido con claridad otro nuevo modelo político.

El miedo de Manent -y su sofisticado eurocepticismo- nacen del conocimiento histórico de los riesgos asociados a los momentos ciceronianos y explica, en parte, la tentación de renacionalizar la soberanía en países como el Reino Unido. Una UE sin una forma definida de gobierno -moneda común pero deuda nacional, fronteras abiertas pero sin seguridad compartida€- se halla sujeta al albur de sus contradicciones internas y de las amenazas externas. Más allá del estrecho, un continente en ebullición y con rasgos hobbesianos; a pocas horas de vuelo, Ucrania y el abrazo ruso. Además, el retorno de los populismos -ya con notable presencia en los parlamentos-, la fragilidad de la recuperación económica, el envejecimiento de la población€ El momento ciceroniano nos advierte de los peligros de una incertidumbre sostenida en el tiempo, cuando la alta política fracasa y un gran proyecto común -como es el europeo- queda en tierra de nadie. Conviene hacer caso a las advertencias de la Historia.

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