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El ingenuo seductor

¿Qué habéis hecho mal?

El derrumbe del orden tradicional en Europa, el orgullo patriótico herido, crisis económica, ciudadanos desencantados, mecanismos gubernamentales ineficaces, el pensamiento de que cualquier tiempo pasado fue mejor, la exaltación de la violencia, la negación del diálogo y el rechazo al marco democrático, inventar un enemigo de la patria y crear toda la política contra él, atacar a los medios de comunicación, entender el respeto, la solidaridad, la empatía, como muestras de debilidad y convertir la represión y la arrogancia en valores ejemplares.

No estoy hablando de las noticias de hoy. Estoy describiendo la Europa de entreguerras, esa que dejó que el fascismo y el nazismo prosperase. Esa a la que hoy, con todo el horror que puede abarcar mi mirada, nos parecemos tanto.

Soy incapaz de comprender como desde 2012, cuando el partido neonazi Amanecer Dorado entró en el parlamento griego y se convirtió en la tercera fuerza política del país, nuestros dirigentes políticos no se han sentado a reflexionar sobre lo que están haciendo mal. Porque si la ultraderecha, que tanto horror sembró en Europa, está renaciendo con fuerza, es que algo están haciendo mal. Hoy sabemos que el cuarto mandato de Angela Merkel en Alemania estará marcado por la entrada de los nazis en el Bundestag. Eso no sucedía desde Hitler. Si hay un país en el planeta estigmatizado por la vergüenza histórica del nazismo, ese es Alemania. Y si ese país no solo ha sido incapaz de frenar el ascenso de la ultraderecha sino que le ha otorgado 90 escaños a Alternativa por Alemania en su parlamento, creo que alguien debería sentarse a examinar la Historia, con urgencia.

Ya sé que habrá quien juegue con la equidistancia democrática para afirmar que la ultraderecha es una ideología como cualquier otra, que se presenta libremente a unas elecciones y que los ciudadanos la votan. No es un golpe de Estado. Y tiene razón en todo menos en una cosa: el fascismo no es una ideología como cualquier otra. Después de lo vivido y padecido durante el siglo XX, podemos afirmar que una ideología que cuestiona la libertad, los derechos humanos, la igualdad y la solidaridad, que exalta la violencia y el castigo, no es una ideología como cualquier otra. Las mismas razones que tuvieron entonces para detener, discriminar, agredir, encarcelar y asesinar son las mismas que manejan hoy. Si son capaces de conseguir que los británicos voten sí al Brexit, de entrar en la segunda vuelta de las elecciones francesas a la presidencia, de ser el movimiento que más ha crecido en los últimos años en el norte y sur de Italia, de ser la tercera fuerza política en Hungría, de conseguir que un acto de humanidad como es acoger refugiados se convierta en una amenaza para la seguridad en los desarrollados países nórdicos, de darle la vuelta a los sondeos en Austria, de asediar a dirigentes políticos en España y agredir a la presidenta de las Cortes de Aragón, de manifestar la supremacía blanca en Charlottesville? imaginen lo que serían capaces de hacer si realmente tuviesen el poder.

Nuestros políticos, con el beneplácito de la siempre inmoral élite económica, siguen restándole importancia a la Historia, a educarnos en el olvido, a tratar el problema como algo residual. Cuando los nazis de Amanecer Dorado entraron en el parlamento griego, la única noticia que les preocupaba era que Grecia abandonase la moneda única. Como no lo hizo, el resto estaba en orden.

Basta releer el primer párrafo de este artículo para comprender que los líderes ideológicos y económicos de la última década, con sus políticas basadas en la desigualdad, la falta de oportunidades y el miedo, son los únicos responsables del renacer de la ultraderecha. Por eso resulta incomprensible que todos los partidos democráticos no estén analizando por qué han vuelto a permitir, con su desidia, que el mayor cáncer humanitario que ha padecido este planeta pueda volver a circular por las calles, a amedrentarnos, sin el más mínimo remordimiento.

Si ellos no lo hacen, seamos nosotros, como ciudadanos demócratas, depositarios del derecho al voto, quienes recordemos que cuando el fascismo avanza, la democracia retrocede. Dejemos de restarle trascendencia a la Historia. No estamos hablando de opiniones contrarias a las nuestras; estamos hablando de deslegitimar la democracia desde una auténtica posición antisistema, de un carácter autoritario y antidemocrático, de políticas discriminatorias, racistas, sexistas, xenófobas, contrarias y represoras de cualquier expresión cultural o religiosa que no sea la suya. Seguir creyendo que una ideología ultra, neonazi, fascista, es una ideología como cualquier otra es un despropósito humanitario.

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