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Disculpen el fascismo

Hoy en día, a poco que te descuides, es muy fácil ser fascista. Basta con discutir, poner en entredicho o, simplemente, criticar determinadas posiciones ancladas en lo más primario. A falta de argumentos para rebatir, siempre es bienvenido un buen golpe de ¡fascista! Una forma brusca de desprestigiar, por la vía rápida, a quien se atreva a ser crítico con lo que ellos, los fanáticos, los que siguen ciegamente al líder, los que para no resfriarse durante la noche duermen envueltos en la bandera, para los que no pueden aceptar, debido a una previa y duradera programación neuronal, otra verdad que la suya, la que han ido asimilando durante años de adoctrinamiento y sacerdocio. En lugar de conocimiento y análisis crítico, han practicado con excesiva soltura el arte de la consigna, el eslogan pretendidamente ocurrente que no es más que la versión cool, guay de cualquier mandamiento de la ley del pueblo colonizado. Hay que tener mucha cara para pensar que Cataluña es una colonia, sometida y subyugada por una potencia extranjera. Una revolución que ellos llaman de la sonrisa cuando, en verdad, aquí no ríe nadie. Más bien una fractura social, una brecha y un odio que se extiende por todo el suelo ibérico. Ellos, que se hinchan sus respectivas bocas de "pueblo" y "democracia", se pasan por el forro a la oposición y están dispuestos a declarar unilateralmente la independencia de Cataluña con un 15% de participación. Si esto no huele a totalitarismo, ya me dirán ustedes. Es ese totalitarismo al estilo Junqueras, muy suave de formas, casi sacerdotal, de un paternalismo irritante, pero que no puede evitar el lloriqueo si alguien persiste en la crítica de lo que él considera sagrado. Porque estamos hablando, señores, de entrar nada menos que en el paraíso terrenal, esa Arcadia en la que, nada más desconectarse de España, se atarán los perros con longanizas y la corrupción familiar, casi feudal de ese partido que ha gobernado durante tres décadas la tan revolucionaria Cataluña, desaparecerá por arte de magia.

Usted pronuncie conmigo "independencia" y los años de callado e hipócrita vasallaje dejarán de contar. Se empezará de nuevo, todo virginal, de una pureza estremecedora. Claro que han sido muchas décadas alimentando ese desprecio a España, un desprecio que ha degenerado en odio, exhibiendo una desvergonzada superioridad moral que luego ha saltado por los aires para sonrojo de muchos votantes, digo creyentes. Por supuesto, Serrat es un renegado, un mal catalán y Marsé un traidor. Ya digo, hoy cualquiera puede ser fascista, renegado y ser señalado por atreverse a insinuar alguna sospecha. Para esa pachanga de referéndum, los muy cucos han ideado un frente del No, buscando desesperadamente votantes negativos que participen, todo para justificar su postura, para suavizar esa sospechosa unanimidad. Es la clásica táctica del totalitario: necesita que, por lo menos, cuatro gatos expresen y dejen constancia de su desacuerdo, todo para dar legitimidad a su posición. Eso le daría una pátina democrática. Sin embargo, hablan de pueblo catalán, sin matices, excluyendo de sopetón a los demás catalanes. Entiendo que, debido al empalago, a la pesadez, muchos opten por el silencio, pues hay que seguir viviendo a pesar de la tabarra infumable que tiene visos de durar lo que no está escrito. Sin embargo, habrá un momento en el que será necesario hablar, expresar el hartazgo más o menos en voz alta, argumentar sin tener que caer en la descalificación. Lo malo es que todo esto se ha convertido en una guerra de emociones. Ahora mismo cualquier discrepancia ya no es un modo distinto de pensar, sino una afrenta, un insulto, una agresión, una pequeña guerra civil. Pienso que, en efecto, esto pide una consulta seria, con garantías. Lo de mañana, y disculpen el fascismo, es una estafa.

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