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Cataluña, en libertad con cargos

A nadie le interesa lo que no suceda en Cataluña, a tal extremo llega la energía de succión del vórtice del referéndum. Sin embargo, por algún resquicio se han filtrado las elecciones alemanas, donde Merkel se ha llevado el mismo chasco que Theresa May. Y en el análisis electoral se menciona con total tranquilidad al Estado Libre de Baviera, sin que la categoría de Freistaat Bayern para esta potencia económica alrededor de Múnich desencadene suspicacias secesionistas. Al contrario, a Alemania la solidez imperturbable se le presupone. En cambio, si alguien utilizara la hipotética expresión de Estado Libre Catalán, recibiría la amable visita del fiscal general del Gobierno.

Jaime Gil de Biedma, poeta catalán que manejó como nadie el verbo castellano, predicaba que "De todas las historias de la Historia/ sin duda la más triste es la de España,/ porque termina mal". La crisis de una Cataluña en libertad con cargos no mide la restauración de los nacionalismos de Madrid y Barcelona, sino el regreso del fatalismo, de la convicción de que lo irremediable siempre acaba por prevalecer.

El nuevo esencialismo ha arruinado el país de quienes escuchaban a Llach y a Serrat con idéntico gusto. Sin embargo, no conviene caer en la trampa del abuso unilateral de los cantantes. Los idólatras del autor de L´estaca le reservarían el ostracismo de Raimon, si no hubiera encabezado la procesión. Y los adoradores de Mediterráneo no tolerarían que el artista interpretara esta canción en Eurovisión en catalán y representando a España, medio siglo después del primer intento con el La la la. De hecho, los vociferantes del "A por ellos" siguen prefiriendo a Franco antes que a Serrat.

En vísperas del día más aciago de su reciente historia, la prehistoria parece golpear más que llamar a las puertas de "este país de todos los demonios", otra vez Gil de Biedma en una denominación o demonización que engloba a todos los países involucrados. Una década larga después del tremendista pero falso "España se rompe" atizado a Zapatero, y tras seis años en el Gobierno, el PP aporta únicamente una solución policial a una crisis catalana inseparable de la figura de Rajoy.

En una geografía menos abrupta, sería redundante recordar que Rajoy es el presidente del Gobierno. Ante la servicial pregunta de un representante de la agencia gubernamental de noticias sobre la Declaración Unilateral de Independencia, el líder del PP responde que la famosa DUI "es una decisión que deberá tomar el Parlament catalán". Es decir, se desentiende de una dramática amputación, que dejaría a su país sin uno de sus miembros más significativos. Sin percatarse del sentido de sus palabras, un vicio anterior a la crisis catalana, está dejando la cacareada secesión en manos de los secesionistas. Todo antes que sentirse afectado por la independencia, de la misma forma que se desmarcó de los asesinatos islamistas "que tuvieron lugar en Cataluña", hasta el punto de que sonaba extraño escuchar a Trump hablando de "los atentados en España".

El desencadenante de la erupción en curso genera más prosa que su desenlace. En vez de enredarse con los magistrados taurinos del Tribunal Constitucional, es preferible afirmar que todo se estropeó el primer día en que un periodista preguntó a una autoridad con mando contra el referéndum, "¿Votar es un delito?" El informador pretende inducir a su entrevistado a que responda afirmativamente, y se pueda criminalizar por millones en lugar de limitarse a los centenares de alcaldes imputados por el fiscal general. En un país donde "el mal gobierno es estado místico del hombre", otra vez el poeta, debería estar prohibido asociar en una misma frase el sufragio y el crimen por mucho que ambos sean ilegales.

En el exterior se lo toman con cierta guasa. El integrismo desenfocado no ha apreciado la sorna de Trump ante un Rajoy atribulado porque no sabe cómo afrontar una votación. Ya que el Donald se ha convertido en el nuevo héroe patrio, conviene recordar que jamás dejaría de participar en un reto. Lo asumiría y lo ganaría, igual que hizo con la Casa Blanca. El menosprecio solapado del emperador de este mundo ha de dolerle menos a Rajoy que el rechazo de los representantes del otro. El presidente del Gobierno asumió siendo opositor la defensa de las esencias vaticanas en su cruzada contra las bodas homosexuales, pero la Iglesia catalana también le ha dado la espalda. Si el PP no controla ni a los obispos, la situación peca de acentuada gravedad.

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