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La tercera columna

Ni en Bolivia

Expurgando papeles me encuentro con un ejemplar de la Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia. Había sido un regalo de un alto dirigente andino, con ocasión de un encargo que me hizo para desarrollar legislativamente el marco ambiental de dicha carta, que al final no cristalizó. Llevado por la curiosidad de su organización, tan de moda en España, descubro con sorpresa que su articulado garantiza nada menos que la "libre determinación de sus territorios en el marco de la unidad del Estado" (artículo 2), siempre en el seno de un "Estado unitario dentro del proceso integrador del país" (artículo 1). Estas referencias, unidas a las constantes apelaciones a la soberanía boliviana, nunca de sus departamentos o regiones, se refuerzan con la solemne proclamación de que la misma "reside en el pueblo boliviano" (artículo 7), siendo funciones esenciales de su Estado las de "reafirmar y consolidar la unidad del país" (artículo 9), confiando a las fuerzas armadas dicha defensa (artículo 244).

De lo anterior se deduce que la plurinacionalidad propuesta como modelo no encuentra ni tan siquiera en esta normativa sudamericana su causa y razón, por más que se insista. Aunque pudiera estimarse a esta legislación mínimamente comparable con la nuestra -algo que solo lo es de forma anecdótica-, ni en ella se logra descubrir rasgo alguno que permita aplicarse aquí, toda vez que la España de las autonomías responde a la perfección a las aspiraciones regionales de cualquier territorio en el contexto internacional, por más que bajo este debate se oculte en realidad la idea de fraccionar el Estado y abonar de paso las tesis secesionistas.

Tanto en Bolivia como aquí, por consiguiente, se encuentra proclamado por la ley de leyes la unidad del Estado, de la nación, cláusula de cierre que permite bajo su amparo la existencia de nacionalidades o regiones, como declaran ambas constituciones, que precisamente contribuyan a una mejor gestión de los asuntos públicos, dentro de este sistema compuesto.

De ahí que los planteamientos sobre esta cuestión, además de soporíferos, se tornen en ridículos al no reparar que lo que tenemos hoy en España es lo que hay en todos sitios, Bolivia incluida, y que es el régimen que mejor responde a las pretensiones federalistas, plurinacionalistas, regionalistas o cualesquiera otras construcciones teóricas, pensadas sin duda para generar problemas donde no existen y, de paso, para agotar la paciencia del personal.

No hay que redescubrir océanos: se trata lisa y llanamente de valorar lo mucho y bueno que ha posibilitado nuestra Constitución en estos casi cuarenta años de vida. Y de aplicarla cuando toca, en especial cuando se desafía su contenido. En eso consiste la victoria de la democracia, que es siempre el triunfo de la ley, en especial cuando resulta toscamente amenazada por turbas totalitarias que quieren imponer su caos.

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