La falacia de que lo del domingo en Cataluña "va de votar" ha convertido a la izquierda confusa y variopinta en una muy celebrada compañera de viaje del independentismo. Hay que insistir: votar es lo que menos importa, lo primordial para el soberanismo consiste en mostrar músculo en la calle para negociar a partir del 2 de octubre sobre la base de esa demostración de fuerza. Con ese objetivo el secesionismo se salta incluso sus propias normas fundamentales, las salidas del despropósito antidemocrático del 6 y 7 de septiembre en el Parlament. La ley del Referéndum, clave de la consulta, establece que la pieza primordial de todo el proceso es la Sindicatura Electoral, encargada de garantizar la limpieza del procedimiento, vigilar el escrutinio y proclamar los resultados oficiales. La Sindicatura se disolvió días atrás por el efecto de las multas del Tribunal Constitucional. ¿Quién proclamará los resultados? No se sabe pero poco importa porque el primero de octubre no va de votar sino de mostrar.
Uno de los efectos colaterales de la consulta es la decantación de cómo cada cual va a lo suyo y en muchos casos está ya en el escenario electoral que vendrá. Con ambigüedad impropia de quien defiende las virtudes de la transparencia, Colau ha dado un gran paso hacia el liderazgo de la izquierda que quiere amalgamar en Cataluña, a la que Iglesias está deseando sumarse en detrimento de su propia marca. En su habitual frenesí oportunista, la cabeza de Podemos dispara a ráfagas pero ha perdido la fuerza prensil que -bajo el auspicio de altas instancias del Gobierno, según algunos sostuvieron en su día- le proporcionaba la confluencia táctica con los populares frente a los socialista. El PP mima al PSOE, muy incómodo a ratos, que se ha vuelto un apoyo imprescindible y Pedro Sánchez es ahora el descubrimiento político del otoño para cierta derecha. De eso también va el domingo.
