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Antonio Papell

Jugar con fuego

La secuencia que va a relatarse es inquietante: el pasado sábado, el fiscal superior de Cataluña, José María Romero de Tejada, reunía a los responsables de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que operan en la comunidad autónoma para transmitirles la instrucción 4/2017 en que les informaba que un coronel de la Guardia Civil, Diego Pérez de los Cobos, director del gabinete de coordinación y estudios de la secretaría de Estado de la Seguridad, asumiría la coordinación de la tarea policial de perseguir e impedir la preparación y celebración del referéndum de autodeterminación que pretendidamente habría de celebrarse el día 1.

Poco después, el nuevo consejero de Interior, Joaquim Forn, explicaba que, durante esta reunión, el major de los mossos, Josep Lluís Trapero, había expresado su voluntad de "no aceptar esta decisión". Y el Gobierno de la Generalitat encargó a sus asesores jurídicos un informe técnico que justificara el rechazo a tal injerencia "inaceptable". Para la coordinación -explicó Forn- ya está la junta de Seguridad, por lo que el Gobierno español habría utilizado un subterfugio, el de la coordinación, con el único objetivo malévolo de dirigir directamente a los Mossos.

El desplante estaba, pues, aparentemente lanzado, pese a lo cual fuentes judiciales, que hablaron para la prensa catalana, subrayaron de inmediato que no se había producido todavía desobediencia alguna: esta podría haberse producido ayer lunes, 25 de septiembre, durante la reunión ordinaria de la Junta de Seguridad si los Mossos hubieran rechazado la jefatura (en la práctica) del coronel Pérez de los Cobos (Trapero no acudió a la reunión pero envió al número tres del cuerpo). La incertidumbre duró poco sin embargo ya que el mismo sábado se hacía público que Trapero había hecho circular internamente una "Nota informativa" en la que decía al personal a su cargo que aquella instrucción 4/2017 suponía la intervención del cuerpo de los Mossos d'Esquadra por parte del Estado; que, como siempre, ese cuerpo seguirá dando cumplimiento a las órdenes del fiscal superior de Cataluña, pero no comparte que una parte de la actividad del cuerpo sea ordenada y tutelada por un órgano que depende del ministerio del Interior y piensa que lo mejor sería que la coordinación fuese ejercida por los órganos que ya existen para estas situaciones y que están recogidos en los acuerdos vigentes de la junta de seguridad de Cataluña. La nota concluía diciendo que, como hasta ahora, los Mossos mantendrán las competencias que les son propias trabajando con el mismo rigor, compromiso y servicio a la ciudadanía para garantizar la seguridad y el orden público.

El riesgo de desobediencia había quedado conjurado el mismo sábado, pero la normalidad institucional había pendido de un hilo. Y no es ninguna garantía de que las aguas no vuelvan a agitarse el hecho de que al frente de la consejería de Interior se colocase hace poco a un soberanista de confianza -Joaquim Forn sustituyó a Jordi Jané el 14 de julio- y se encargase al activista Pere Soler en la dirección de los Mossos d'Esquadra en sustitución del moderado Albert Batlle.

En este contexto, los equilibrios de Trapero son fáciles de imaginar, y la confianza entre los distintos cuerpos policiales no debe pasar por el mejor de los momentos. Sin ir más lejos, el jueves pasado la policía autonómica llegó con horas de retraso a disolver la concentración que impedía salir a los agentes judiciales y guardias civiles que habían practicado un registro en la consejería de Economía.

En la práctica, el Gobierno de la nación ha intervenido ya Economía e Interior, por procedimientos que no parecen ser objetables jurídicamente pero que chirrían políticamente. Se está jugando con fuego sin la contundencia debida, y si fracasa la coordinación entre los Mossos y los demás cuerpos policiales, la tensión puede devenir en conflagración. Quizá hubiera sido más expeditivo y pragmático el recurso al artículo 155, que hubiera afirmado sin rodeos la excepcionalidad política de la situación y evitado este tira y afloja inquietante que a algunos nos parece tan peligroso como jugar con fuego.

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