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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

¿Izquierda?

Me escribe un amigo y siempre interesado lector para echarme una cariñosa reprimenda por escribir el otro día de "la desconfianza y división de la izquierda" y meter en esta última al SPD alemán. El SPD y su líder, Martin Schulz, no tienen nada que ver con la izquierda, protesta mi amigo, como tampoco Schroeder, ni Schmidt, ni Hollande ni tantos otros. "Chupan votos de la izquierda para hacer luego las políticas de la derecha económica, eliminan derechos laborales, incrementan la desigualdad, justifican la precariedad como lucha contra el desempleo". "Privatizan, externalizan, reducen impuestos a los ricos, se cargan las pensiones públicas y fomentan con su propaganda las privadas además de rescatar con dinero de todos los grandes negocios privados inmersos en la ruina".

Es cierto que todas esas y más cosas que él denuncia han ocurrido en la Unión Europea tanto con partidos conservadores como con la izquierda de la llamada Tercera Vía -la de los Blair, Schroeder y sus equivalentes- en el poder. La socialdemocracia atraviesa una crisis profunda, de la que, a falta de imaginación, no sabe cómo salir. Lo demuestra el desastre de las elecciones alemanas de este domingo.

Ha abandonado a su electorado tradicional y dejado que le coma cada vez más el terreno la ultraderecha nacionalista como vemos que ha sucedido allí y pasa en tantas otras partes. Y, sin embargo, a diferencia del cuadro tan negro que pinta mi amigo, hay que reconocer al menos los méritos pasados de eso que él se niega a llamar ya "izquierda": a ella todo le debemos la consolidación del Estado de bienestar, la igualdad de oportunidades, la enseñanza gratuita y una cierta justicia social.

Todo lo cual, sin embargo, peligra ahora: los sindicatos han perdido rápidamente afiliados y con ellos gran parte de su fuerza; el mundo laboral está fragmentado y se intenta enfrentar a quienes tienen trabajo fijo con los que sólo consiguen empleos precarios y mal pagados, y la enseñanza se privatiza de modo acelerado. Y cuando en un país como el Reino Unido surge un Jeremy Corbyn y reivindica con orgullo los viejos valores de la izquierda, el establishment de su propio partido laborista y los medios de comunicación hacen todo lo posible por desprestigiarle, tachándole de "radical" o "trasnochado".

Lo mismo ocurrió en Estados Unidos, donde un demócrata socialista como Bernie Sanders logró entusiasmar a los jóvenes para verse luego apartado en beneficio de Hillary Clinton, la candidata de Wall Street, de Hollywood y del Pentágono, con el desastroso resultado que conocemos: un narcisista xenófobo en la Casa Blanca. ¿Y no sucede otro tanto en Francia, donde el Partido Socialista ha desaparecido prácticamente del mapa, y un exbanquero de Rothschild elegido presidente por una minoría del electorado se dedica a cercenar derechos sociales y laborales con el pretexto de hacer el país más competitivo?

Argumentan algunos que la izquierda tradicional tiene la batalla perdida por culpa de la globalización y el progreso imparable de la digitalización y robotización, fenómenos todos ellos destructores de empleo. ¿Habremos de resignarnos a una economía de fondos de inversión y de rentistas, y a eso tan machaconamente repetido de que "no hay alternativa"?

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