Diario de Mallorca

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Eduardo Jordà

El delirio

Los psicólogos han estudiado a menudo la capacidad del ser humano para dejarse engañar por las mentiras y por los delirios. Gracias a esas maquinaciones mentales que consideramos muy ciertas, todos logramos justificar nuestros peores prejuicios o fabricarnos una versión de la realidad que pueda consolarnos de lo mal que nos va la vida. En los últimos años de su vida, por ejemplo, el poeta neoyorquino Delmore Schwartz estaba convencido de que el millonario Rockefeller enviaba emisiones de rayos equis contra él desde el Empire State Building. El propósito de esos rayos equis era destruirle el cerebro. El poeta Delmore Schwartz tenía el cerebro destruido desde hacía tiempo -era un alcohólico acosado por la manía persecutoria y los delirios de grandeza-, pero gracias a esos trastornos había encontrado una forma de justificar su fracaso como poeta y su fracaso como intelectual que aspiraba a llevar una brillante carrera literaria. Delmore Schwartz fue un gran poeta, sí, pero un día se le agotó la inspiración y ya no pudo escribir más. Y entonces su pobre cerebro se inventó una persecución por parte de un millonario famoso. Por lo visto, ser perseguido por un conductor de autobús no le parecía un destino digno de su grandeza. Y por la misma razón, los rayos equis que le dañaban el cerebro tenían que salir del Empire State y no de una triste cochera. Delmore Schwartz acabó muriendo en un hotelucho de Times Square, de un infarto, en 1966. Tenía 52 años. Como ya se había peleado con todos sus antiguos amigos y familiares, pasaron varios días antes de que su cuerpo fuera identificado en la morgue.

Cuando veo lo que está ocurriendo estos días en Cataluña, no puedo dejar de acordarme del pobre Delmore Schwartz y sus delirios de manía persecutoria. Comprendo que haya mucha gente que esté a favor de la independencia por causas que podríamos llamar nobles -el amor a la lengua catalana, el deseo de crear una especie de sociedad utópica donde todo el mundo sea feliz-, pero ese deseo primigenio se ha convertido en una monstruosa fábrica de embustes y trastornos cognitivos. Es cierto que el discurso chapucero y balbuceante del gobierno central no ayuda nada a ver las cosas con claridad. De acuerdo. Pero es imposible que adultos que vivieron el franquismo y supieron de primera mano qué era una dictadura de verdad y qué eran los presos políticos digan ahora que estamos volviendo a vivir en una dictadura donde hay presos políticos. Eso es sencillamente un delirio paranoide. ¿Es que esas personas han perdido ya todo contacto con la realidad? ¿Es que no recuerdan cómo eran las detenciones en tiempos de Franco? ¿Es que no recuerdan cómo trataba la policía a los detenidos? ¿En qué radio y televisión del franquismo se informaba al minuto de lo que estaba pasando? ¿Qué periódicos publicaban denuncias y acusaciones contra la policía? ¿Quién hablaba de fascismo y de golpe de estado?

Pues sí, todas estas cosas se están diciendo estos días. Ya no existe la legislación constitucional ni la legislación europea, sino que hemos entrado en una fase delirante que habría fascinado -estoy seguro- a Salvador Dalí, cuyo bigote daliniano sigue bien enhiesto en su tumba, según advirtieron los forenses que desenterraron hace poco su cadáver. Y uno hasta puede llegar a comprender a los soberanistas, que al fin y al cabo luchan por sus privilegios y por la defensa de sus prejuicios. Si creen que el malvado franquismo sigue enviando emisiones de rayos equis desde el Valle de los Caídos, allá ellos. Lo que no entiendo es la fascinación que siente una cierta izquierda que debería ver el "procés" soberanista con toda la prevención del mundo y que en cambio lo sigue con entusiasmo. Algunos no se dan cuenta de que algún día, si se contagia el delirio soberanista -y ya se está contagiando-, todas las comunidades ricas querrán obtener una independencia que les permita convertirse en un cómodo y seguro paraíso fiscal. Madrid también. Y Navarra. Y Euskadi. Y el País Valencià. Y la República de Mallorca de la que habla Més (yo espero con ansiedad la proclamación de la República de Cabrera, que imagino una e indivisible). Y si eso ocurre, España se quedará reducida a unos cuantos territorios sin apenas recursos ni proyecto común, algo así como lo que quedaba de la España republicana en marzo de 1939. Y sin contar con Madrid. Puede que algún demagogo, llevado por su deseo de gobernar como sea y al precio que sea, sueñe con gobernar los harapos de un país. Puede, sí. Pero es un mal asunto.

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