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Absurdo forcejeo

La duda, la única duda, que podían legítimamente alentar Puigdemont y quienes lo han secundado en esta descabellada aventura era la de si el Estado español era lo suficientemente fuerte para resistir el embate de un intento de golpe de estado incruento realizado mediante la creación de una realidad paralela y la celebración de un ilegal simulacro de referéndum de autodeterminación que, por su falta total de garantías, arrojaría un resultado a la búlgara de partidarios del sí, aunque con una participación demasiado escasa.

Pues bien: ya hemos visto que el Estado no está dispuesto a dejarse burlar, ni va a tolerar una violación consciente de la legalidad, ni mucho menos permitirá una secesión arrancada con malas artes. Por lo demás, se ha constatado que el Estado posee la fuerza física suficiente para imponer la voluntad general, fuerza en la que se integran por cierto los Mossos d'Esquadra, embarcados por el soberanismo en una esquizofrenia ingrata pero a la postre dispuestos a mantenerse bajo el imperio de jueces y tribunales.

Y si esta es la evidencia, ¿qué sentido tiene prolongar la agonía de un proceso disolvente que terminará en nada y que perturba la estabilidad social catalana cada día que pasa? ¿No tendría sentido reconocer que la estrategia no ha dado resultado y regresar a la senda de la legalidad? ¿Acaso se quiere realmente impulsar una revolución, con todas las consecuencias? Deberían pensar los impulsores de este delirio que inevitablemente pagarán por lo que han hecho, de forma que hacen mal no reconsiderando hasta dónde piensan llegar.

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