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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

El médico que mira a los ojos

Detrás de quien hoy se olvida de las cosas hay un maestro, un economista, un camarero, un abogado, alguien que dirigió su casa y cuidó a los suyos

Algunos vamos al médico, incluso al que nos hace la revisión para renovar el carnet de conducir, con el canguelo metido en el cuerpo. Ya dijo Woody Allen que es mejor escuchar un "es benigno" que un "te quiero". Genio más que genio. Para las humildes, un "todo está bien" es suficiente. Oírlo significa expectativas de más vida. Y ahí todo cabe. Desde los festines gastronómicos esporádicos, vaguear o despertarte bien acompañada hasta reír, leer y ver crecer y envejecer a los que quieres. Un "todo está bien" y punto es la frase y el estado perfectos. Cuando las cosas no van tan sobre ruedas es cuando un buen especialista marca la diferencia. Seamos bienvenidos a la empatía. Imaginemos.

En una primera historia la protagonista tiene 93 años. Sufre problemas de movilidad y un cuadro de demencia senil avanzada. Vive en su casa, acompañada de algunos familiares y de su cuidadora (bendita cuidadora). Una noche se siente mal. Llaman al 061 y, en poco tiempo, acude un equipo de profesionales. Le hacen pruebas, preguntas, escuchan, revisan y se van.

En la segunda historia hay una mujer de 39 años embarazada. A principios del tercer trimestre le comienzan a salir lesiones en la piel. Muchísimas. Pican y sangran. La médica de cabecera la deriva al servicio de urgencias y la especialista, nada más verla, solicita una biopsia. Le receta una crema, baños de avena y vuelve a citarla cuatro semanas más tarde para revisar resultados.

En el último supuesto la protagonista tiene enfermedad mental. A los 52 años, y en contra de su voluntad, se ha aislado del mundanal ruido. Combina periodos de estabilidad con muchos de confusión. Su vida es, básicamente, miedo. En sus múltiples variantes. Visita a su psiquiatra periódicamente. Éste revisa su estado general y hace un seguimiento de la medicación.

Las tres historias son verídicas. Los médicos existen. Acertaron los diagnósticos y recetaron los medicamentos correctos. La diferencia entre unos y otros es que uno de ellos miró a los ojos de la paciente. Y eso es mucho. Un profesional que te mira a los ojos te escucha, ve más allá de los síntomas y sabe ser benévolo con los miedos. Es capaz de mirar y de tratar al paciente como la persona sana y fuerte que estaba antes ahí. Quien hoy está enfermo, ayer hacía maratones. Detrás de quien hoy se olvida de las cosas hay un maestro, un economista, un camarero, un abogado, alguien que dirigió su casa y cuidó a los suyos. Hay una persona que no necesitaba apuntar los números de teléfono de sus hijos (y tampoco sus nombres) en papeles pegados a la pared de la cocina. Se sabía de memoria los de su casa y los del trabajo.

Los médicos de las historias dos y tres son competentes. La piel de la paciente embarazada progresa adecuadamente y la tercera protagonista, aunque socialmente aislada, está bien medicada. El equipo del 061 de la primera historia también fue competente. Competente y extraordinario. Además de tratar la enfermedad, trató a la persona. Entendió la angustia de la familia y no juzgó ni se impacientó. No proclamó verdades absolutas. Comprendió y miró a los ojos. Todo el tiempo.

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