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Crónicas galantes

La antigualla del Estado

Discuten los sabios juristas si Cataluña quedará fuera de la UE cuando se independice. Esto les pasa a los independentistas por ser catalanes. Si fuesen de Bilbao dirían que son la UE, la OTAN y la ONU las que van a quedar fuera de Cataluña cuando se proclame esa nueva república mediterránea. Y razón no habría de faltarles.

Como quiera que sea, la invención de Estados es un propósito más bien anacrónico a estas alturas del siglo de los bits y los bots. Algo así como un avance hacia la retaguardia, por más títulos históricos, étnicos y/o financieros que pueda exhibir cualquier nación en vísperas de hacerse soberana. Quienes mandan en el mundo de la revolución tecnológica son los jefes de las corporaciones del Valle del Silicio, en California. Ese Estado norteamericano ocuparía el sexto lugar del mundo por su riqueza, pero ni siquiera a su anterior gobernador Arnold Schwarzenegger se le ocurrió la idea de independizar a los californianos del resto de Estados Unidos. ¿Para qué?

Las multinacionales de California mandan en el mundo informatizado -y más que mandarán en el robótico, ya inminente- sin necesidad de apoyarse en algo tan decimonónico como un Estado propio. El poder se ha hecho transnacional y corporativo hasta el extremo de que los viejos Estados decadentes recurren a Facebook en casos de emergencia y se ven obligados a usar en su administración las aplicaciones informáticas urdidas por los cerebros de Silicon Valley.

Son las grandes corporaciones dedicadas a la economía del conocimiento las que en realidad están conformando el nuevo orden de este milenio. Ni Bill Gates ni Mark Zuckerberg tienen rango de jefes de Estado, como tampoco lo tenía el finado Steve Jobs; pero no es menos verdad que sus empresas influyen más que cualquier nación en la vida diaria del personal.

Poco a poco se han ido cargando los Correos nacionales y los anticuados métodos de administración basados en el papeleo. Y, más importante aún, han cambiado los hábitos de la ciudadanía de todo el mundo, que ahora comparte la afición al Whatsapp y a las redes sociales ideadas en América.

La suya es una vasta labor de civilización que, a lo sumo, podría favorecer el regreso a las antiguas ciudades-Estado. Más que los Estados tradicionales, tan recientes, son ahora las ciudades el lugar en el que se acumula la población, el conocimiento y los hábitos liberales propios de cualquier sistema avanzado.

No ha de ser casualidad que la cosmopolita Londres votase por una mayoría del 60 por ciento a favor de la permanencia del Reino Unido en la UE, aunque el peso de las zonas rurales inclinase la balanza hacia el lado contrario. O que Nueva York le diese la espalda al nacionalista Trump, elegido gracias al voto de las áreas menos dinámicas de ese país. Algo parecido a lo que quizá pase con Barcelona respecto al resto de Cataluña en el caso de las pulsiones independentistas de estos días.

Aun así, esa antigualla en vías de desarme que es a estas alturas el Estado sigue despertando emociones entre las gentes más dadas a la nostalgia. En California ya están a otras cosas de más futuro, por más que los sentimentales no hayan caído en la cuenta.

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