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Antonio Papell

Si no sucede nada irreparable...

Los precedentes históricos nos acosan amenazadores, y seguramente bastantes pensamos que lo realmente importante en Cataluña a estas alturas es que no ocurra algo irreparable

La preocupación es general en los sectores sociales de Cataluña y del resto del Estado que ven el monstruo que entre todos hemos creado y que podría desmandarse de algún modo el 1-O. Los precedentes históricos nos acosan amenazadores, y seguramente bastantes pensamos que lo realmente importante a estas alturas es que el tópico choque de trenes, ya inevitable, quede en el terreno de las metáforas y no suceda algo irreparable, algo que, a la vista del enardecimiento general, bien podría ocurrir si algunos perdieran los últimos adarmes de sensatez.

A estas alturas del proceso, es ingenuo que alguna de las dos partes (definidas con brocha gorda) piense que podrá salir triunfante de la confrontación. Habrá en algunos lugares un simulacro de referéndum como el del 9N, y la represión de esta ilegalidad por los representantes del Estado, obligados a hacer cumplir las leyes, deberá ser de una prudencia ejemplarizante, para que no haya posibilidad del menor enfrentamiento físico. Es decir, hoy y parece seguro que quienes defienden el estado de derecho no conseguirán impedir completamente el alarde ilegal, como lo es igualmente que el simulacro de consulta no arrojará un resultado significativo -es claro que la participación será inexpresiva y que sólo acudirán a votar, si pueden, los más entusiastas defensores de las posiciones rupturistas-, por lo que poco habrá cambiado en la práctica: es inimaginable que el intento de ruptura consiga algún apoyo internacional, o que sea posible implementar la nueva legalidad emanada de unas normas inválidas que han sido suspendidas por el Constitucional y que adolecen de una flagrante falta de legitimidad (la cámara catalana no tenía competencias para elaborarlas, etc.), como han reconocido los grandes medios extranjeros.

¿Qué hacer, entonces, el 2-O? De las distintas propuestas publicadas en medios de comunicación, quizá la más realista, por modesta y posible, es la que ha enunciado el notario y analista López Burniol, autor de un libro de oportunidad muy recomendable, "Escucha Cataluña, escucha España", en colaboración con Borrell, Piqué y Carreras.

López Burniol expresa el mismo temor previo al desarrollo racional de una solución viable: de entrada, "sólo queda cruzar los dedos para que no pase nada irreparable". Y su solución es de un pragmatismo refrescante: Luego, elecciones, y un Gobierno que se entienda con el central. "Todo esto es posible sin cambiar la Constitución, porque, además, no hay tiempo, no podemos esperar dos años, el problema no lo tolera".

Y ¿cuáles deberían ser los términos del acuerdo? Los tres puntos que ya propuso el propio Burniol en un libro de 2007, España desde una esquina: federalismo o autodeterminación, y que ahora resume en una entrevista: reconocimiento de derechos históricos; concesión de competencias identitarias (lengua, enseñanza, cultura); un tope al fondo de solidaridad y una agencia tributaria compartida.

Será muy difícil que el Partido Popular, hoy en minoría, con una historia muy turbia en relación a la cuestión catalana y con un horizonte penal todavía muy sombrío, pueda gestionar esta negociación indispensable (tampoco la antigua CIU, hoy PDeCAT, lo tendría fácil), por lo que quizá la negociación de gobierno a gobierno haya de ser sustituida por una negociación más amplia en el ámbito parlamentario, para lo que sería muy útil la comisión territorial creada en la Cámara Baja a instancias del PSOE. De cualquier modo, los tres asuntos citados por López Burniol, convenientemente actualizados, deberían ser la base del acuerdo. Un acuerdo que a posteriori podría plasmarse en una reforma estatutaria, coronada por un referéndum con todas las bendiciones. Y quién sabe si completada con una ulterior reforma constitucional que diera forma y consistencia federal al modelo al tiempo que actualizase todos los anacronismos que son fruto del paso de tiempo sobre la carta de 1978 que conserva sin embargo excelsas virtudes esenciales todavía.

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