Diario de Mallorca

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Aprender de la diferencia

Existe la creencia de que una persona que vuelve de un viaje nunca es la misma que la que se fue. Y así es, en tanto en cuanto viajar supone acumular nuevas experiencias, a las que difícilmente se tiene acceso en los escenarios habituales de nuestras vidas. Lejos de la zona de confort, en otro idioma, con otras gentes, costumbres e idiosincrasia es el sitio perfecto para enriquecernos con eso que sí nos llevaremos a la tumba. Con lo que nos hace verdaderamente ricos, todo aquello que no podríamos perder en un naufragio: lo experimentado, lo visto, lo leído, lo escuchado. Podemos observar -incluso puede que aprender- lo que otros hacen distinto de nosotros. Y para ello no hace falta irse demasiado lejos: una semana en Córcega es suficiente.

Para empezar, una cierta distancia nos hace tomar conciencia de la importancia relativa de las cosas. Aquello que nos hace despellejarnos vivos en Twitter o en programas de televisión en realidad únicamente nos interesa a nosotros. Lo que para algunos incluso supone una barrera para con amigos o pareja, unos cuantos kilómetros más al este carece de mayor importancia. Estoy pensando en Cataluña. Quiero decir que más allá de la vergüenza ajena -o propia- por el lamentable espectáculo internacional que estamos dando, a los corsos les importa un carajo. Ni siquiera en Córcega, donde tiene cierto arraigo el sentimiento independentista - French go home decora muchos muros en la isla-, el problema catalán tiene una mínima presencia en los periódicos o conversaciones cotidianas. Y créanme que viajando sola se presta más atención a todas ellas.

Por otro lado, viajar nos posiciona respecto del resto del mundo. Mallorca es un sitio maravilloso al que volver siempre. Pero quien piense que es un paraíso único debería ver la reserva natural de la Scandola, en Córcega, las aguas del golfo de Orosei o del archipiélago de la Maddalena, en Cerdeña, o las playas de Elafonisi, en Creta. El Mediterráneo es un tesoro de edenes turísticos. Y culturales: Córcega no tiene nada que se parezca a la Seu, ni al castillo de Bellver. Pero conserva restos de la antigua ciudad romana de Aléria, iglesias bizantinas y montones de torres genovesas. Torres que no tienen un especial valor artístico o arquitectónico más allá del enclave en el que se insertan: cabos que no son sino las raíces de la montaña en el mar. Pregúntense por qué los guiris deberían seguir visitándonos a nosotros teniendo otras maravillas tan cerca. Y los motivos por los que muchos lo siguen haciendo.

Hace años que venimos hablando de atraer un turismo "de calidad". También de acabar con la excesiva "masificación". Y otros lo tienen claro. Para empezar, 250 euros para llegar. Dos conexiones semanales con las principales ciudades de los países europeos en temporada alta. No más. Así que el que pretenda aterrizar, que pague. Mientras a los ingleses les siga saliendo más barato venir a Balears que coger un tren entre dos ciudades de su país no nos libraremos de los que llegan a emborracharse por cuatro duros. Después, tasazo a los coches de alquiler. Otros 400 por el coche más cutre una semana; sin aire acondicionado siquiera -una pensaba que ya no se fabricaban-.

Desayunar por un mínimo de 6 euros; comer o cenar, no menos de 20. 18 por una cerveza de castaña maravillosa y dos trozos de uno de los mejores quesos de cabra que puedan probar. Calidad, pero rascándose el bolsillo. ¿Problemas de alojamiento o acceso a la vivienda? La cuestión no parece estar en regular el alquiler turístico, sino en cobrar un mínimo de 60 euros por noche en una pensión de dos estrellas. O 160 en un hotel de 3. ¿Dificultades de aparcamiento? Entrada a las localidades exclusiva para residentes: obligan a aparcar a los visitantes fuera del centro, en algunos casos por el módico precio de 3 euros durante una hora y media. Y -oigan- lleno en septiembre.

Eso sí, no he visto un solo guiri borracho. Ni playas en las que se haga botellón, o atestadas de maleducados con la música a tope en los altavoces. Muchas aptas para mascotas, a las que no se oía; ni molestaban corriendo a otros bañistas, como sucede aquí. No es cuestión de prohibir nada, sino de exigir que se haga bien. Lo que deberíamos empezar a tener claro es si queremos cuatro turistas que nos paguen 20 euros o uno que nos deje 80. Como aún no hemos encontrado la fórmula para que nos traigan su dinero sin venir a pasar las vacaciones, habrá que plantearse qué ofrecemos y qué vamos a demandar a cambio. Pero la definición del modelo turístico nos incumbe a todos. Precisamente por eso puede que no consigamos modificarlo nunca.

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