Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Distracciones estivales (y 6)

Cambia la luz, acortan los días, afloja el sol. Estamos a un paso del otoño, y se nota. En mi jardín particular -un balcón de un palmo de fondo- las plantas respiran por fin, aliviadas. El verano ha causado unas cuantas bajas entre mis macetas, por las que pasean dos lagartijas de plantilla como dragones de Comodo en miniatura. El miniciprés verde esmeralda y el minicamelio de flores rojas no resistieron las tórridas inclemencias de agosto, y un día amanecieron como víctimas del napalm. Igual destino sufrieron el pequeño cumquat y la menta. Prosperan, en cambio, vestidos de blanco, los tres jazmineros y el morisco, éste de flor más pequeña y fragancia más intensa aún que aquéllos; verdean los hibiscos -en mi tierra natal, "pacíficos"-, y lucen sus flores naranjas, blancas y rosas. Florece el romero, rebrota el laurel, alarga sus brazos la madreselva. En mi jardín he encontrado recreo este dilatado verano sin vacaciones, y ambos agradecemos la dulzura de un septiembre más clemente que, poco a poco, me lleva hasta mi estación favorita.

La vuelta al cole desencadena pequeñas tragedias. A Esperanza, nieta de una vecina mía, este curso la han separado de su amiga del alma porque las dos hacen rancho aparte y no se relacionan con nadie. Esperanza, que se pasó medio verano con el brazo escayolado por una mala caída en un campamento, está completamente disconforme con esta decisión. Esperanza -trenzas rubias, ojos azules, ceño fruncido, brazos cruzados- alega que lleva seis años compartiendo aula con Marina -un dato importante, pues Esperanza va a cumplir los once-, y asegura, muy seria, que no piensa hacerse amiga de nadie. Su borrascoso aire de resistencia pasiva hace que su abuela -que, casualmente, se ha pasado el verano entero también con un brazo escayolado por mor de un accidente doméstico- suelte un suspiro de resignación. Ni ella ni yo podemos explicarle a Esperanza que, a medio y largo plazo, el entablar amistades nuevas será positivo, y que la lejanía en las aulas se compensará en el recreo. Esperanza sólo ve el presente, y, en él, la pérdida inmensa de una presencia familiar; una nostalgia dilatada en cada uno de los minutos eternos que, a su edad, conforman una hora. La abuela y yo intercambiamos una sonrisa cómplice, pero el gesto de Esperanza no invita a sonreír. Y la entiendo.

Leo en una entrevista con Ian McEwan, interesante sobre todo por el tono tranquilo e irónico - rara avis- del escritor, que, por ejemplo, dice: "¿Cómo ignorar la xenofobia que subyace en el Brexit? En ese sentido en Gran Bretaña, y en realidad en toda Europa, estamos volviendo al oscurantismo", o "creo que la gente, y en particular los niños, debería acostumbrarse a oír opiniones distintas a las suyas sin sentirse amenazada por ellas". Llevamos a las espaldas un verano de continuo guirigay, de ruido, de hablar sin escucharse. Nuestra próxima cita será ya en otoño, el martes 3 de octubre; a ver qué ha cambiado para entonces.

Compartir el artículo

stats