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Eduardo Jordà

Hispanofobia

"La culpa es de Rajoy". La conclusión es casi unánime en todo el país. Uno pone la tele y enseguida sale alguien asegurando muy serio: "La culpa es de Rajoy". Pones la radio y a los dos minutos ya ha saltado la frase. Y si vas por la calle, más de lo mismo. El otro día dos runners pasaron corriendo a mi lado. "Pero es que la culpa es de Rajoy...", le oí decir a uno de ellos. Sí, no hay duda, la culpa es de Rajoy. El referéndum ilegal en Cataluña; el adoctrinamiento nacionalista en los institutos y en las universidades; las falsificaciones históricas que se hacen pasar por verdades sagradas; los políticos del 3% que no saben cómo eludir sus responsabilidades penales; el desmantelamiento del Estado de Derecho; las amenazas a los disidentes y a los tibios... pues sí, todo es culpa de Rajoy.

¿Cómo es posible esta portentosa forma de autoengaño? Muy fácil. En 1945, justo al final de la Segunda Guerra Mundial, George Orwell escribió que el desprecio a su propio país se había convertido en una obligación entre la intelectualidad británica de su época. Si alguien quería formar parte de la élite intelectual, lo primero que tenía que hacer era demostrar una actitud hostil hacia su propia patria. Siempre que fuera posible, había que burlarse de ella y ponerla por los suelos. De lo contrario, uno cobraba fama de conservador y de burgués. Y eso mismo es lo que pasa ahora entre nosotros, sobre todo porque todo el mundo quiere pasar ahora por intelectual y por artista, aunque sólo sea en el sentido que Lola Flores le daba a la palabra. Lo curioso es que en Gran Bretaña ha ido desapareciendo esa actitud despectiva hacia el propio país que Orwell llamaba "anglofobia" (de todos modos, no conviene olvidar que ese odio se ha desplazado hacia la corrupta civilización occidental, a la que se culpa de todo lo malo que ocurre en el mundo). En cualquier caso, ahora ya no resulta de buen tono despreciar a tu propio país cuando publicas un libro o sacas un disco en Gran Bretaña. La famosa frase de Fernando Trueba "no me he sentido español ni cinco minutos de mi vida" sería inconcebible en Inglaterra o en Estados Unidos. Por supuesto que un escocés podría decirla, claro, o un galés o un irlandés. Pero sería muy raro oírla en un inglés, a no ser que el personaje sufriera alguna clase de desarreglo mental.

En España, en cambio, esa actitud hostil -eso que podríamos llamar "hispanofobia"- no sólo es la habitual entre la intelectualidad, sino también entre la gente más o menos del común. Simplemente, exhibir ese desprecio nos hace quedar bien y nos da cierto tono de persona sofisticada. Y además, esa actitud nos permite sublimar todos los aspectos de nuestra vida que no somos capaces de aceptar. Basta transferir a la idea de España -convertida en un grotesco monigote que encarna todo lo feo y malo que hay en el mundo- el odio que sentimos hacia muchos aspectos de nuestra propia vida con los que no nos hemos sabido reconciliar. Si tuvimos una infancia solitaria, si nuestro padre nos ignoraba, si nuestro colegio era de curas o si nos desagrada nuestro aspecto físico, ese diabólico mecanismo psíquico nos permite reconvertir todas esas emociones negativas en odio hacia España. Y enseguida tenemos a alguien a quien echarle la culpa de todo lo que nos ha salido mal.

Y cuando surge un problema como el del desafío secesionista, esa actitud nos impulsa a ponernos del lado de las posturas nacionalistas, por muy ilegales y totalitarias que sean. Y aunque no compartamos la misma actitud de odio a España, lo que queda bien, lo que se considera cool, es ponerse a favor del referéndum. Repasen todo lo que dicen los humoristas o los que quieren dárselas de modernos. Escuchen a todos los que van de rompedores o de heroicos luchadores a favor de algo. No falla. "La culpa es de Rajoy". Les basta inventarse una España corrupta gobernada por un puñado de carcamales franquistas. Les basta hacerse creer, haciendo un sencillo ejercicio de autohipnosis, que aquí no ha cambiado nada en estos últimos cuarenta años. Les basta tragarse el bulo de que aquí todavía se mete en la cárcel a los homosexuales y a los defensores de la libertad de opinión. Cualquier cosa basta. Y sí, ya saben cuál es la conclusión inevitable: "La culpa es de Rajoy".

Orwell, en el mismo ensayo donde analizaba el fenómeno de la "anglofobia" -sus magistrales "Notas sobre el nacionalismo"-, aventuró esta definición prodigiosa: "El nacionalismo es, ante todo, el hábito de creer que los seres humanos pueden ser clasificados como si fueran insectos". Nuestros hispanófobos no tienen dudas: puestos a elegir entre ser tratados como insectos o como seres humanos, siempre se inclinan por los insectos. Ellos sabrán por qué.

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