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Antonio Papell

Economía e independencia

El discurso soberanista se ha mantenido sobre argumentos ideológicos sin duda controvertibles pero consistentes y sobre falacias económico financieras que han desorientado, a veces intencionadamente, a la opinión pública.

En esta etapa convulsa de la situación catalana, algunos han recordado las dos grandes falsedades que han dado soporte al desapego y a la irritación de la sociedad catalana: se ha dicho que las pensiones subirían un 10% si Cataluña se independizara y que los presupuestos catalanes dispondrían de 16.000 millones de euros más al año; incluso se han hecho con gran desfachatez encuestas para que los ciudadanos sugirieran en qué podría gastarse esta ingente cantidad de recursos que lloverían del cielo. Josep Borrell ya publicó en 2015 un espléndido ensayo titulado Los cuentos y las cuentas de la independencia, que era un análisis demoledor de los argumentos económicos que manejaban Mas y Junqueras, y que dibujaban un porvenir idílico para Cataluña. En las redes y en YouTube está asimismo una discusión entre Borrell y Junqueras en que el experto exministro e ingeniero deja en evidencia de forma estrepitosa al historiador metido a político.

La realidad es que no sólo Cataluña no podría subir automáticamente las pensiones en una hipotética independencia, sino que el déficit catalán en este capítulo, que es una fracción del español, alcanza los 4.750 millones de euros (los ingresos por cotizaciones de 2016 en Cataluña fueron de 16.529 millones de euros y se pagaron 21.278 millones en prestaciones contributivas), y que el muy ilustre y sabio exconsejero de economía de la Generalitat y catedrático en Harvard Andréu Mas-Colell ya explicó que aquel gigantesco superávit fiscal de Cataluña, que empezó a manejarse en tiempos de Maragall, verosímil porque la región es una de las más ricas del Estado, es apenas del orden del 1,2% del PIB, entre dos mil y tres mil millones de euros anuales. No es extraño que aquel digno personaje acabara marchándose del entorno de Mas y Junqueras.

Todo esto es bien conocido, y si continúan circulando las fantasías nacionalistas será por mala fe, ya que los debates están agotados y las cuentas se manifiestan con contundencia poco discutible. Pero tampoco es cierto que si Cataluña consumase el dislate de escindirse, sólo ella, que quedaría fuera de la Unión Europea con lo que eso supone en la globalización integrada actual (el 42% de los productos catalanes va al resto de España y el 36% a Europa), resultaría damnificada.

Es opinable el escenario futuro en caso de ruptura, aunque todos los análisis serios coinciden en presagiar empobrecimiento y desventura para las dos partes escindidas. Hay un consenso económico más o menos extendido que afirma que el PIB catalán caería un 8% en el largo plazo. Pero también España padecería seriamente las consecuencias. Un informe de Moody´s publicado esta misma semana y firmado por la vicepresidenta senior de la agencia Sarah Carlson y la analista Marisol Blázquez, alerta de que el Procès puede tener consecuencias negativas para el rating de España, que debe revisarse el 20 de octubre. Y pone de manifiesto que "la región de Catalunya aporta aproximadamente el 19% del PIB español y representa el 16% de la población total del país, siendo además su PIB per cápita superior a la media nacional, de forma que su salida debilitaría la fortaleza económica de España y, por tanto, tendría implicaciones negativas sobre el perfil de crédito". Por supuesto, la calidad crediticia de Cataluña también se vería afectada "si las tensiones políticas se intensifican aún más".

La propia agencia cree que la independencia no tendrá lugar por "la oposición firme y continua" del Gobierno central, la existencia de una serie de herramientas de las que el Estado dispone para afrontar el desafío y las encuestas, que muestran que "el apoyo popular es inferior a la mayoría". Y recomienda soluciones políticas. A ello deberíamos aplicarnos sin más demora, con las cuentas claras, la demagogia bien archivada y un gran realismo para dejar las fantasías a la puerta de la negociación.

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