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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

La lengua como arma política

Siempre me gustaron los idiomas y, gracias sobre todo al carácter previsor de mi padre, tuve la oportunidad de aprender varias lenguas modernas cuando esto era todavía casi una extravagancia. Ello me permitió no sólo disfrutar en el idioma original de autores como Svevo, Faulkner, Proust o Brecht, de quien incluso traduje para Alianza sus Historias de almanaque, sino que iba a serme muy útil para mi posterior actividad de corresponsal. El panorama está cambiando rápidamente entre los jóvenes, pero la gente de mi generación, aun la universitaria, tiene dificultades para expresarse en otra lengua que no sea la materna: a lo sumo recuerdan muchas veces mal el francés que aprendieron en el bachillerato. Me entristecen siempre las noticias relacionadas con el maltrato o la discriminación de cualquier lengua y sobre todo su utilización como arma política en las frecuentes peleas autonómicas en nuestra pell de brau.

Leemos que en esta o aquella autonomía se prioriza la enseñanza de ciertas asignaturas directamente en inglés en lo que no parece sino un intento, poco disimulado, de "fastidiar " a la otra lengua cooficial, que se trata así de discriminar, como si ésta tuviera la culpa de algo. Hay partidos que reivindican en un determinado territorio periférico la enseñanza en castellano en detrimento de la otra lengua vernácula pero que no dudan luego en promover en otras partes, bajo el manto del bilingüismo, el inglés como lengua vehicular frente al castellano.

Y se obliga así muchas veces al profesor a impartir en ese idioma extranjero asignaturas tan diversas como la historia o la filosofía aunque aquél no sólo no domine esa lengua, sino incluso la hable mal. Pero eso no parece ser lo que más importa. Al mismo tiempo, como me señala un amigo lingüista, en aquellos territorios que como Madrid carecen de una segunda lengua vernácula, se ignora olímpicamente al resto de las cooficiales del país como si molestaran en lugar de constituir una riqueza común. Nada en cualquier caso contra el inglés, esa especie de latín de nuestros días, y todo a favor de esa y otras lenguas extranjeras, pero sobre todo de que se enseñen como asignaturas propias con las horas lectivas necesarias para que el alumno llegue a expresarse en ellas con fluidez. Porque ¿cuál es el inglés que tantas veces se malenseña y además con qué fin? ¿Se trata de que lleguemos a dominarlo, a expresar en ese idioma nuestros pensamientos, a poder leer una obra de ficción o un ensayo, a entender una obra de teatro o una conferencia, por profunda que sea, en su versión original?

¿O se busca sólo facilitar nuestra "empleabilidad", que nos hagamos entender al nivel más elemental en cualquier parte y sobre todo que absorbamos más fácilmente los mensajes de la omnipresente publicidad? Porque, como argumenta con razón mi amigo lingüista, es "esencial que se entienda, frente al discurso dominante, que las lenguas son mucho más que un mero instrumento de comunicación: falsísima coartada que favorece la imposición que estamos viendo en todas partes del inglés".

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