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Miedos

Algunas de las innumerables páginas publicadas alrededor del ataque terrorista de Barcelona mencionan el regocijo con que los terroristas leen las primeras planas de los periódicos. A pesar de lo cual, todos los comentaristas están de acuerdo: aunque el objetivo del terrorismo es crear espectáculo, el deber de la prensa es informar. No se debe matar al mensajero.

Por otra parte, es evidente que absolutamente nada de lo escrito en los periódicos tiene utilidad para reducir el riesgo. La infinidad de páginas, fotografías y comentarios que se publican, no sólo no reducen la probabilidad de que cualquier ciudadano sea la próxima víctima, sino que más bien la aumentan, porque es el estímulo que necesitan los que están pensado en cómo perpetrar el próximo atentado.

Pero hay una solución obvia. Porque si uno reconoce que tiene miedo, la realidad es que su miedo es insuficiente y, reducido a una fría estadística, se puede decir que, en lo que va de año sólo han muerto 16 personas, y perdón por la palabra "solo" del párrafo anterior, porque, pocas o muchas, una sola víctima siempre es excesiva. Pero, los terroristas deberían palidecer de envidia si comparasen el número de víctimas del pasado agosto con las cien víctimas mortales que, más o menos, corresponden solamente al tráfico de Balears. En justicia, las víctimas del automóvil deberían ser calificadas como resultado del terrorismo automovilista, lo mismo que el número de víctimas de lo que debería ser llamado terrorismo machista, las del terrorismo causado por la delincuencia común o cualquier otro de los muchos terrorismos que cada día matan personas inocentes. Visto así, el terrorismo islamista nos debería preocupar mucho menos. Ciertamente, hacer un viaje de Palma a Alcúdia en nuestro automóvil es mucho más peligroso que pasear por Las Ramblas de Barcelona.

Es realmente curioso que amemos a nuestro automóvil -¿quién no lo ama?- y vivamos asustados ante la remota amenaza de un barbudo con turbante, cuando la realidad es que merece mucho más miedo el primero. Cada vez que el lector entra en su precioso automóvil debería detenerse un momento a pensar en la posibilidad de que tal vez algún día extraerán su propio cuerpo del amasijo de hierros retorcidos en que puede convertirse su precioso vehículo. Es posible que los terroristas islámicos hayan comprendido mejor que nosotros la buena pareja que hacen, cualquiera de ellos, con la máquina de matar que es el automóvil. Porque si comparásemos la magnitud del terrorismo islamista que azota los países occidentales con el que diariamente ocurre en las carreteras, podríamos comprender el verdadero significado de la palabra miedo.

Y, sin embargo, sorprenden las diferencias en el trato que reciben los diferentes terrorismos. El número de reseñas periodísticas publicadas sobre el horror de Barcelona es incontable. Por el contrario, aunque es posible que algún accidente de automóvil particularmente grave ocupe una primera página, la mayoría de las veces la información se reduce solamente a una gacetilla situada en las páginas interiores y, sobre todo, es evidente que el suceso se olvida rápidamente. Algo que igualmente puede afirmarse de la insuficiente extensión y atención que reciben las muertes por violencia de género, o las causadas por cualquier otro delito.

Sería necesario, y seguramente daría resultados, que todos los terrorismos recibieran la misma atención. Realmente es frustrante que, por ejemplo, la información sobre un choque frontal entre dos automóviles quede reducida a una somera enumeración del número de víctimas y del lugar del accidente; en total, unas pocas decenas de palabras. Se echan a faltar muchos detalles que, indudablemente, ayudarían a comprender el porqué de esas estúpidas muertes. Por supuesto, los periódicos no se atreven a culpar a uno de los conductores, ni a declarar víctima inocente al otro, pero sin necesidad de aventurar culpabilidades, la guardia civil redacta cada vez un atestado en el cual constan detalles que casi siempre desaparecen en la gacetilla que se publica y que, al contrario, nunca faltan en la noticia de los ataques terroristas.

Si desapareciera el sesgo informativo, y si los detalles del terrorismo islámico quedasen enterrados entre los del resto de terrorismos, se obtendrían dos grandes ventajas. Una es que los terroristas perderían la alegría de leer sus "hazañas" y, consecuentemente, disminuiría su motivación. La otra, no menos importante, es que comprenderíamos mejor y trataríamos de evitar las causas del resto de terrorismos.

Reiterando, la prensa debería dar una información equilibrada de todos los terrorismos y los lectores deberían exigir ese equilibrio. Es evidente que, reducir "la propaganda gratuita" que se otorga al terrorismo islámico depende, no sólo de cada periódico, sino también quienes lo compran. Si alguien prefiere un periódico porque ofrece más morbo que otro, debería saber que está haciendo el caldo gordo a los terroristas. Puede parecer muy duro, pero en realidad, ese lector es un cómplice necesario.

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