Ken Follet, autor de una novela que ha vendido millones de ejemplares en una multitud de lenguas, acaba de publicar la segunda de las secuelas de esa obra iniciática sobre el poder de la religión para vertebrar la vida y la sociedad en el último tramo de la Edad Media. El nuevo libro avanza cuatro siglos y su clave aparece en el titular de la entrevista que le ha hecho un diario madrileño de gran tirada: España era el matón del barrio en el siglo XVI. No sé si a Follet le dará tiempo, ni si tendrá ganas de narrar en clave literaria los matones de los siglos XVII al XX pero lo más interesante sería plantearnos nosotros mismos, sin necesidad de novela alguna por medio, quién es el matón de este siglo XXI que ha comenzado con tan mal pie.

Hasta hace muy poco la respuesta estaba cantada: los Estados Unidos eran ese abusón que pega a los débiles en cada esquina. Sin embargo, entre los huracanes y un presidente tirando a personaje de opereta bufa cada vez le cuadra menos ese papel. Los chinos están al quite pero no dan aún la talla. ¿El Estado islámico, o sus contrapartidas de cualquiera de las franquicias del terrorismo yihadista? Como ejemplo de malo de película está bien pero los matones de barrios no se esconden en las sombras.

A lo mejor hay que convenir que no tenemos matón que echarnos a los odios y así nos va, con los valores -siempre necesitados de enemigo a la vista- por los suelos. Los urdidores del proceso soberanista catalán inventaron lo primero de todo un matón de barrio con el eslogan perfecto de "España nos roba". De eso va el que te quita la merienda o el dinero del bocadillo a la fuerza y encima se ríe de ti. De encontrarnos en el siglo XVI, hasta Ken Follet les serviría de argumento y, en ocasiones, la verdad es que parece como si fuera necesario remontarse siglos atrás para que el victimismo cobre su sentido auténtico. Con arreglo a los mimbres de ahora mismo, ni siquiera el Brexit ha recurrido a la figura del matón capaz de vertebrar la huida hacia atrás, quizá porque no tenía ninguno a mano.

El matón perfecto ha de ser muy próximo, del mismo barrio, grande, poderoso y malo. Ni España ni Europa pasarían un casting para hacerse con semejante personaje. A lo mejor de ahí viene el que andemos tan desconcertados, hasta el punto de que aprobamos leyes a todas luces ilegales pero no acertamos a cambiar las constituciones que se nos han quedado pequeñas y nos tiran de la sisa. Para poder sacarnos el marasmo de encima es menos importante echar a Rajoy -propósito casi único, según parece, de la oposición en su conjunto- que encontrar un matón adecuado. Recuerdo un episodio de los Luthiers en los que el dictador de turno, sudamericano a todas luces, busca un enemigo y se le ocurre que sea Noruega. Corea del Norte está ya cogido por Trump. Gibraltar huele a naftalina. Yo propongo Tayikistán, aunque nos pille un poco lejos.