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Antonio Papell

Muchos tenemos miedo

El soberanismo se ha cuidado de organizar la respuesta social a los atentados de Cataluña. El ambiguo populismo municipal y espeso que gobierna Barcelona (y que defiende la 'soberanía' de Cataluña) ha puesto en manos de la Asamblea Nacional Catalana tanto la gran manifestación urbana tras el 17A? como la explotación de los atentados por los partidarios de la segregación. Es un paso más del populismo en contra del llamado régimen del 78, que sin embargo goza de buena salud y disfruta de un apabullante consenso social.

Pues bien: resultó bien evidente que, puesto que para estos activistas el fin justifica los medios, la manifestación no fue un homenaje a las víctimas, ni una llamada a la unidad frente al agresor, ni una prueba cabal de racionalidad humanista ante la propia ciudadanía afectada, asustada y expectante, sino una encerrona a los representantes del Estado, que no llamó la atención por obvia pero que supuso una expansión ruin que ha cargado de indignidad al movimiento independentista.

Pero más allá de este análisis directo, que poco aporta, llama la atención el aparataje dialéctico utilizado, basado en dos eslóganes principales: " yo no tengo miedo" y " no a la islamofobia". Salvo alguna pluma distinguida, pocos escribidores han hecho hincapié en esta curiosa declaración de intenciones mediante pancartas, que omite las críticas a los autores de la matanza, los islamistas radicales, y utiliza un exótico singular -"yo no tengo miedo"„ en un acto teóricamente organizado para manifestar masivamente unas convicciones compartidas, una repulsa gregaria, un sentimiento colectivo.

Vayamos por partes. De entrada, es una estupidez alardear tras dieciséis asesinatos indiscriminados cometidos por fanáticos de que uno no tiene miedo a semejante lacra, a los alunados que creen que cuantos más cristianos maten, más gozarán después con las huríes celestiales prometidas por el Profeta. Muchos tenemos miedo, y un miedo cerval, a que se reproduzcan estos grupos de asesinos en nombre de Alá, a que se pertrechen con armas y explosivos, a que aprendan a camuflarse y se confabulen con facilidad contra nosotros. De lo que se trata es de defender las libertades y de mantener la disposición a ejercerlas, pase lo que pase; no de adoptar una postura chulesca ante los sayones. Además, podría entenderse ese grito en plural, porque significaría la estructuración del cuerpo social frente al terror, pero el alegato individual niega lo que la manifestación debía haber exhibido, la unidad de todos frente al terror, la animosidad colectiva frente a los fanáticos.

El otro grito, "no a la islamofobia", repetido con asiduidad sistémica, es directamente una estupidez. Es como si en los cientos de manifestaciones que tuvimos que convocar para luchar contra ETA, hubiéramos dejado de gritar contra la banda y apenas nos hubiéramos mostrado dispuestos a gritar "no al antivasquismo". Sólo lo necios (y alguno hubo) hubieran podido confundir entonces vascos con etarras, de la misma manera que ahora se supone a los catalanes lo bastante inteligentes para distinguir entre musulmanes e islamista radicales. Podría pensarse que los soberanistas no quieren identificar a otro enemigo para no dispersar la detestación: el enemigo por antonomasia es el español, el Estado español, la sociedad española, que expolia, aplasta y golpea a los catalanes, y debe ser anatematizado por ello. No estaría bien que una parte de este odio se desviase a otros destinatarios, los miembros del ISIS o de Al Qaeda por ejemplo.

Lo inquietante de todo esto es que los sectores moderados de Cataluña, que obviamente no comparten estos dislates, tampoco se sienten motivados para ser activistas en sentido contrario. España no ha hecho gran cosa para hacer apreciable el estado de derecho, el conjunto de hallazgos y logros que ha llevado a cabo el ahora denostado 'régimen del 78'.

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