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José Carlos Llop

La hormiga nazi

Quien haya conocido el Museo Arqueológico Nacional antes de su reforma, convendrá conmigo que era un museo salido de las páginas de Tintín. Allí -como en el Museo del Ejército antes de su traslado a Toledo- el viaje a través de la historia era doble: por la magnitud de lo expuesto y por el método anclado en el tiempo. Ahora ambos centros se han adaptado a la modernidad y sus concepciones museísticas, pero han perdido mucho en atmósfera. Aún así, las piezas expuestas tanto en uno como en otro merecen visita. No una sola, sino varias en la vida. Nunca se sabe lo que puede llegar a pasar y en ambos museos -mal o bien- sus objetos nos cuentan la historia como fue y no desfigurándola hasta llegar a la invención. Los museos también son armas de propaganda y por lo que llevamos visto en Oriente, un negocio mafioso cuando la guerra estalla.

En las escaramuzas que se extienden aquí y allá (y no me refiero al Isis) se ha abierto un nuevo frente: el frente de la hormiga. Un himenóptero con aficiones arqueológicas se ha paseado sobre el rostro de la Dama de Elche y ha sido grabado por un visitante, iPhone en ristre. Una hormiga en el museo, cómo se atreven; una hormiga en el interior de la vitrina, qué descaro; una hormiga cosquilleando las mejillas de la estólida dama, menuda osadía... Y rápidamente ha salido la bandera a pasear y se han envuelto en ella. Desde Juego de tronos, estamos que no paramos con las banderas.

Nadie sabe cómo ha podido introducirse la hormiga en la vitrina de la Dama de Elche, tan altiva y hierática, pero el caso ha pasado al catálogo de las ofensas centralistas. Un senador de Compromís ha pedido explicaciones al Gobierno, lo que nos tranquiliza porque demuestra que en el Senado se trabaja. A ver dónde se ha visto que un gobierno permita que las hormigas se paseen impunemente por donde deseen. Un gobierno democrático tiene medidas y decretos para que esto no ocurra. Me extraña que no hayan pedido que la testa de la Dama sea sustituida en la vitrina por la testa de Rajoy, culpable, como sabemos, de todos los males que aquejan al universo. Pero la cosa plantearía un problema añadido: si Compromís quiere que la Dama esté en Elche -"esto nunca hubiera pasado de estar la Dama en su lugar de origen", han dicho- a lo mejor la Xunta de Galicia reclamaría la cabeza de Rajoy para exponerla. Y tendríamos otro problema. ¿Cómo evitarlo?

Yo consultaría primero con Puigdemont, el hombre de moda en Dinamarca y a quien le encanta -tan crecido él- jugar a soldaditos y ahora quiere un ejército con misiles norcoreanos y antes armas largas para combatir a la yihad -ya las tiene- y pistolas tásser -ya las tiene- para paralizar a delincuentes y discrepantes del Procés, si se ponen tontos. Quizá un golpe de mano en el Museo Arqueológico y el regreso forzado de la Dama a su lugar de origen -un secuestro manu militari en toda regla- sería la manera de solucionar de una vez por todas el enojoso asunto de la hormiga, con Puigdemont de jefe del comando y uniforme de Madelman. "Que se la devuelvan al pueblo valenciano", ha reclamado el senador de Compromís. La Dama, no la hormiga.

Lo mismo que dijo Hitler -"que se la devuelvan al pueblo español"- confundido el muy cabrito porque no sabía que el pueblo valenciano y el pueblo español eran dos pueblos distintos que sólo tenían en común las fiestas de moros y cristianos. ¿Hitler, dice? Pues sí, Hitler con Franco y el mariscal Petáin (que presidía el gobierno colaboracionista de Vichy) fueron los que organizaron el retorno de la pieza íbera a Iberia y no me refiero a la compañía aérea. La dama española -perdón, valenciana; perdón, ilicitana- estuvo, desde su descubrimiento a finales del XIX, muy poco tiempo en España -o en Valencia, o en Elche, que todo es un lío ahora-. Amantes de nuestro patrimonio artístico como somos, enseguida la vendimos al Louvre.

Hasta que durante la ocupación alemana de Francia, los arqueólogos de Franco -uno de ellos acompañaría a Himmler a buscar el Santo Grial en el monasterio de Montserrat- intercedieron al jefe del Estado para que reclamara el tesoro íbero antes de que Hitler lo trasladara a Berlín para incorporarlo al futuro museo de arte ario. Lo que nos plantea la duda de si la hormiga, además de hormiga, era una hormiga nazi. Esta noche celebraré una sesión de espiritismo y le consultaré a Indiana Jones, que de eso sabe mucho y me han dicho que ya ha pedido el carnet de Compromís para sumarse al comando del secuestro. A ver si me adelanto a Puigdemont que, enterado de la iluminación de Indiana Jones, quiere ofrecerle una capitanía general en su nuevo ejército. Dicen que ha exclamado: "Si el seu pare és el Sean Connery, aquest noi va per bon camí...". Como ustedes saben, Sean Connery, además de buen actor y jugador de golf, es independentista escocés. Con los años que estuvo de 007 al servicio de su majestad? Pero volvamos a la Dama y a Hitler, pasando por Vichy, que no me olvido.

El mariscal Pétain -que tenía a Franco por alguien que se creía la encarnación de la Virgen- no puso pegas a la presión de Hitler y accedió al retorno de la Dama de Elche y su entronización en el Museo Arqueológico Nacional. Creo que las frases de los jerarcas de Falange fueron muy parecidas a las del senador de Compromís ahora, aunque rebajando el tono, eso sí, porque donde el valenciano considera al Gobierno un adversario con la casa perdida de hormigas, en España, Berlín y Vichy eran considerados aliados mientras no perdieran la guerra. Cuando la perdieron, Franco entregó a Laval -vicepresidente del gobierno vichysta- a De Gaulle para que lo fusilara y luego se echó en brazos de Eisenhower. La política.

A todo esto, la Dama de Elche sigue sin pestañear y no se manifiesta. Por mucho que una hormiga le cosquillee el rostro permanece impertérrita. En cuanto a las tonterías que decimos todos, esas orejeras tan decorativas y lujosas que lleva le impiden escuchar una sola memez. Y así se conserva de bien, que está estupenda la buena mujer, para tener dos mil quinientos años.

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