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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Contra la tasa rosa

La escritora Zadie Smith se ha comprometido a no pasar más de quince minutos diarios ante el espejo, para dar ejemplo a su hija. Lo decidió tras percatarse del tiempo y la energía que la pequeña dedicaba ya a su aspecto, inversión que por el contrario no realiza su hermano varón

Amén. Cuando habla Zadie Smith hay que escuchar. La amo. La he comprado y recomendado más que a ninguna otra autora. Sus novelas, Dientes blancos y Sobre la belleza, son joyas de sentido del humor, del talento, de la importancia del lenguaje y el conocimiento, y expresión de esa multiculturalidad exuberante que hace latir ciudades como Londres, y explican generaciones enteras. En ocasiones, los festivales literarios bajan a la realidad y regalan pequeñas polémicas como la protagonizada Zadie Smith hace unos días en Edimburgo. Estaba presentado su nuevo libro Swing Time, que en noviembre pone la editorial Salamandra en las estanterías españolas, cuando hizo un discurso sencillo pero demoledor contra la industria de la belleza y su singular presión sobre las mujeres. "Estás perdiendo el tiempo y tu hermano no lo va a malgastar como tú. Cada día de su vida se pondrá una camiseta, saldrá por la puerta y le importará una mierda si tú te quedas una hora y media maquillándote". Estas palabras se las dijo la novelista a su hija de siete años, tras observar que la niña empezaba a pasar demasiado rato delante de espejo. Como es sabido que los críos entienden por el ejemplo, la escritora se ha comprometido a no emplear más de un cuarto de hora diario en su arreglo personal. Mamá se prepara en quince minutos y no más. ¿Es necesaria esta enseñanza? Pues claro. La llamada "tasa rosa" o "tasa del espejo", la energía que las mujeres perdemos a diario en cambiar nuestro aspecto, se da por supuesta, y parece estar blindada por una legión de defensoras. Muchas la pagan con gusto por la rentabilidad social que procura, tiene que ver con el Capital erótico que puso en valor Catherine Hakim. Otras son las llamadas influencers, que se dedican exclusivamente a enseñar al resto de sus congéneres a vestirse y maquillarse para tal o cual ocasión, y a ofrecerles consejos de belleza que las harán invencibles. De ahí que sea tan importante que una mujer inteligente y admirada por su estilo, hermosa y polifacética como Zadie Smith, una mujer activa y ocupada, se plante cronómetro en mano ante el espejo, para demostrar que hay mejores cosas que hacer que alargarte las pestañas y recortarte el mentón con una brocha y polvos. Por ejemplo, leer. Por ejemplo, escribir. O gobernar un país.

Zadie Smith decide abrir el melón de la discriminación del rimmel y la dictadura del corrector de ojeras, plantando cara a las rutinas femeninas que nos ocupan sin que nos demos cuenta un tiempo precioso y una parte nada desdeñable de nuestro presupuesto doméstico, y el presidente de Francia hace público el gasto en maquillaje de su primer trimestre en el Elíseo: 26.000 euros. Este montante incluye los productos de belleza, y los servicios de una profesional que deja al líder galo hecho un pincel en cada exposición publica. O sea, que ese Emmanuel Macron que resplandecía de lozanía y vigor durante sus primeras semanas de mandato mientras su popularidad caía en picado es fruto de una inversión de 8.000 euros al mes, más afeites, a cargo de la república. Los franceses, advertidos de que a la vuelta de las vacaciones de verano llegarán recortes para cuadrar las cuentas del Estado, se han echado las manos a la cabeza. El equipo de Macron ha reaccionado rápidamente para explicar que "existe la vocación de reducir significativamente una factura" que viene bastante más que el salario mínimo anual de un trabajador. Si le sirve el consejo de Zadie Smith a su hija, Macron podría dedicar 15 minutos a maquillarse él mismo. Sería un ahorro en dinero, por no hablar de todo el tiempo que le quedaría libre para invertirlo en cosas realmente importantes.

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