Diario de Mallorca

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A veces la naturaleza descarga su furia para demostrarnos a los seres humanos, esos primates singulares aparecidos en África hace cosa de dos mil siglos y que se mudaron luego al resto del planeta llevados por la curiosidad, la desesperación o el hambre, cuál es el lugar que nos corresponde. Cuando la catástrofe -terremoto, incendio, huracán, tsunami- aparece en algún lugar remoto del tercer mundo apenas le echamos una ojeada a la noticia que, todo lo más, ocupa una columna en alguna página interior del diario. Sucede que esas cosas trágicas son habituales en tales pagos y poco importan. Pero si el azote llega a los Estados Unidos, y no digamos ya nada si se trata de Europa, entonces todo son lamentos y manifestaciones de horror.

Pero ni siquiera la peor de las desgracias puede llamar la atención durante mucho tiempo: un par de días es lo corriente; una semana todo lo más. Así que hay que escudriñar los detalles de la tragedia en busca de material noticiable capaz de tirar de la curiosidad antes de que llegue el bostezo. Y la verdad es que en semejante tarea se logran verdaderas maravillas dignas de pasar a la historia del periodismo.

La última de las catástrofes naturales, la del huracán Harvey asolando el estado de Texas, ha dado pie a la cadena consabida de asombros. La magnitud de los daños aparece reflejada en las fotografías de ciudades inundadas y automóviles convertidos en náufragos. Pero, ya digo, era cosa de dar con algo nuevo para mantener el interés una vez que se ha visto docenas de veces el panorama. Y la solución ha llegado de la mano de los zapatos de la primera dama.

Melanie Trump se subió al avión presidencial camino de Texas calzando zapatos de tacón de diez centímetros, como corresponde a su condición de ex-modelo que jamás deja de mencionarse por si había alguien que lo ignorase. Ni que decir tiene que visitar las zonas azotadas por el huracán con calzado propio de una pasarela o una fiesta no es lo más adecuado. Ni siquiera llevando, como llevaba la señora Trump, chaqueta militar y gafas de piloto de combate. Así que la noticia ardió a la velocidad de la yesca con las fotografías de los tacones de marras.

Por desgracia la primera dama se cambió durante el vuelo y bajó del avión llevando bambas de tenis, sin que se sepa dónde quedaron los zapatos de lujo. Qué chasco; iba a ser todo un poema el seguir a la señora Trump taconeando entre los charcos. Pero o bien ella misma o sus numerosos asesores dieron en que quizá no fuese lo más apropiado. Al cabo, pues, la gran noticia se quedó en que las primeras damas de los Estados Unidos tienen a su disposición gorras con las siglas en la visera -FLOTUS, First lady of the United States- y zapatillas de deporte, llegado el caso. Poco material para justificar el tiempo que se pierde mirando las fotografías. O leyendo esta cuartilla, ya que estamos.

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