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El Rey, en la plazuela

Felipe VI ya estuvo en la manifestación, acompañado de sus hermanas las infantas, tras el 11-M de 2004. Y si el entonces príncipe de Asturias acudió a aquel acto multitudinario que Aznar trató de ideologizar hasta la náusea y que costó serios abucheos al Ejecutivo en aquel masivo alarde de indignación y dolor, no tendría realmente sentido que el ahora jefe del Estado faltara a la cita en Barcelona, cuando es preciso expresar la repulsa por la atrocidad del pasado día 17-A. El rey desfilará hoy, en fin, en la marcha de Barcelona, cuya cabecera estará en teoría ocupada no por los representantes populares sino por los héroes de la ocasión: policías, asistentes sociales, médicos y enfermeros que dieron directamente la cara ante la matanza. El populismo no entiende, al parecer, que cuando se homenajea a los dirigentes institucionales se ensalza realmente a todo el pueblo por aquello de la representación política, el elemento esencial del pluralismo parlamentario. Sea como sea, lo relevante es que el rey sale de palacio y desciende a la plazuela pública a ponerse al frente de una ciudadanía enardecida, triste y dispuesta a sobrevivir al terror y al odio. En este marco, el rey cumple aquella concepción de sí mismo que describió con mano maestra Peces-Barba: "En la Constitución de 1978, la monarquía se dibuja como el supremo órgano del Estado, que encarna su unidad y permanencia, que no tiene prerrogativa, no es ni legislativo, ni ejecutivo ni judicial, porque representa el referente formal que transmite solemnemente las decisiones de los poderes públicos y de manera eminente la dignidad del Estado".

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