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Ramón Aguiló

Cabos sueltos

A una semana de los atentados del terrorismo yihadista en las Ramblas de Barcelona y Cambrils, se está ya en condiciones de examinar lo ocurrido con una cierta distancia, cuando ya ha sido finalmente dada por liquidada la célula terrorista con la muerte de la mayor parte de sus integrantes y la entrega de los detenidos a la justicia de la Audiencia Nacional. Algunas consideraciones deben hacerse a la actuación de las fuerzas de seguridad, aunque siguen sin saberse algunos detalles que posibilitarían un retrato más certero y completo.

Una primera consideración sobre los atentados, más allá de la generalizada felicitación a los cuerpos de seguridad (los Mossos de Escuadra) por haber abatido y detenido a los terroristas, es que, estando el país en alarma cuatro (de las cinco posibles), a falta solamente del despliegue del ejército, no se ha podido evitar la muerte de quince personas por atropello y apuñalamiento y un centenar de heridos, algunos de los cuales siguen en situación crítica. Es decir, las medidas de prevención basadas en los servicios de inteligencia han fallado. Y los fallos podrían atribuirse tanto al Estado y sus fuerzas de seguridad como a la policía autónoma. Según Hans Bonte, alcalde de Vilvoorde, las autoridades belgas preguntaron a la policía catalana, sobre el imán de Ripoll, Abdelbaki Es Satty, sobre sus posibles vínculos con el terrorismo islamista. Primero se negó, ayer se admitió. Se contestó que no contaba con antecedentes sospechosos. Sin embargo Es Satty había estado encarcelado durante cuatro años en Castellón (donde se habría producido su radicalización islamista) por tráfico de drogas; y su obligada expulsión de España había sido paralizada por un juez de Castellón, de la jurisdicción contenciosa administrativa, que no lo consideró "una amenaza". Que no se dispusiera el seguimiento de sus actividades ni se informara sobre su personalidad a la comunidad musulmana de Ripoll evidencia fallos importantes de inteligencia del Estado, de la policía autónoma y de la comunicación entre ambas, ante el que ha resultado ser el mentor de los terroristas y cerebro intelectual de los atentados.

Otra consideración a establecer es que la casualidad de la explosión de la casa de Alcanar, no la actuación de la policía, habría evitado atentados mucho más graves con muchas más víctimas en lugares emblemáticos de la ciudad. Que pasara desapercibida por las autoridades policiales catalanas la ocupación ilegal de un chalé visitado con frecuencia por numerosas personas en un pueblo de menos de 3.000 habitantes es, cuando menos, sorprendente. Que los Mossos atribuyeran la explosión a un accidente de un laboratorio de drogas y se impidiera el acceso a los Tedax de la Guardia Civil, como han denunciado asociaciones de las fuerzas de seguridad del Estado, abona la idea de falta de colaboración y de la pretensión de los políticos nacionalistas de mostrar al mundo la existencia de un Estado catalán autosuficiente. El Wall Street Journal se ha hecho eco inmediatamente de esta pretensión. Es un ejercicio inútil especular sobre si el diagnóstico de deflagración por manipulación de explosivos hubiera sido inmediatamente realizado por los Tedax hubiese generado un aviso general de atentado inmediato por parte de los que pudieran estar implicados en la célula terrorista.

Ha habido una generalizada aprobación a la actuación de los Mossos en Cambrils y Sant Sadurni, abatiendo a los terroristas. Son dos casos diferentes que, de manera diferente deben ser analizados. En el de Cambrils, sin conocer la relación con el atentado de las Ramblas, había que actuar para frenar a los terroristas que ya habían acabado con la vida de una mujer. Pero el vídeo de cómo se abate al último terrorista permite preguntarse por qué no se le puede detener vivo, armado sólo con un cuchillo. La cuestión es el cinturón de explosivos, que no se sabe si es o no simulado. Pero se sabe, por otros atentados en Europa, que los terroristas persiguen ser abatidos y una forma de hacerlo es enseñar el supuesto cinturón para conseguirlo. Se supone que hay que tirar a matar para evitar la explosión. El engaño es un triunfo del terrorista. Lo que no se acaba de entender es por qué no se le inmoviliza con un disparo en la pierna, pues tirando a matar no existe ninguna garantía de que si el cinturón es auténtico, no pueda accionarlo el terrorista. En el caso del huido Younes Abouyaaqoub, armado de machete y cuchillos, no se comprende que no se le haya detenido vivo, por mucho que alardeara de cinturón explosivo en una zona no urbana. Cómo es posible, estando los Mossos a la caza del terrorista, y habiendo sido avisados, no se disponga de francotiradores capaces de inmovilizarle, sea mediante un disparo en zonas no vitales, sea con una táser, sea disparando dardos anestésicos, parecidos a los que se usan para controlar animales peligrosos, y que permitirían su detención y su entrega a la justicia. Un terrorista vivo es mucho más útil que un terrorista muerto, pues permite investigar sobre todo el proceso de radicalización y entramado, al margen de las largas condenas que a todo trance quieren evitar, pues impiden el martirologio al que se creen llamados como recompensa de su acción.

La imagen del gobierno español en los escenarios catalanes fue la de una visita innecesaria y no deseada por los dueños del territorio, en busca ansiosa de algún protagonismo. Un Estado ausente tiene difícil que se visualice con normalidad su presencia.

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