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JOrge Dezcallar

El metepatas

Uno pensaría que con tan solo 140 caracteres la capacidad de meter la pata se debería limitar bastante. Donald Trump es la prueba de lo errado de esa afirmación. Cada vez que coge el teléfono y se desfoga, la mete hasta el fondo.

Su penúltimo error ha sido amenazar con una intervención militar en Venezuela, olvidando que el tiempo pasa, los Estados Unidos ya no son lo que fueron y Venezuela no es Grenada o Panamá, aunque esté dirigida por una banda que parece sacada del camarote de los hermanos Marx. Trump se ha equivocado porque ha conseguido cuatro consecuencias contrarias a lo que se supone que debía desear. La primera es que da armas a Nicolás Maduro para excitar el sentimiento nacionalista frente a las injerencias de los "gringos", reforzando su tesis de que todos los problemas del país, y son muchos, se deben a un complot internacional dirigido desde Washington (y en menor medida desde Madrid).

En segundo lugar porque deja con el trasero al aire a la oposición venezolana que tiene todos los motivos del mundo para enfrentarse a la ineficaz dictadura del Chavismo pero que no puede aceptar por dignidad una intromisión de este calibre en algo que en definitiva solo los venezolanos podrán arreglar. En tercer lugar porque esta amenaza ha unido a toda la América Latina que hasta ahora estaba dividida entre los críticos de Maduro (casi todos los países y entre ellos todos los grandes) y los que le defienden: Cuba, Nicaragua, Ecuador y Bolivia. Todos están ahora de acuerdo en oponerse como en Fuenteovejuna a una intervención armada yanqui, cuya sola mención trae malos recuerdos a todo un continente. Y en cuarto lugar, porque el tuit presidencial ha complicado extraordinariamente la gira que esta semana ha hecho por el subcontinente el vicepresidente Pence, quién en vez de tratar otros asuntos tuvo que dedicarse a tranquilizar a unos y a otros. Póker de ases. Y encima una intervención militar en Venezuela no es posible.

Como no lo es tampoco en Corea del Norte, aunque aquí la culpa recaiga totalmente en Kim Jong-un. Trump ha decidido responderle en el mismo tono agresivo, poniéndose al nivel de un dictador de segunda B que juega a tensar la cuerda pero que no la romperá porque no es tonto y sabe que sería el perdedor. Lo que pasa es que guste o no, y a mí no me gusta nada, Kim ya ha ganado porque ha cruzado el umbral nuclear y eso le convierte en intocable aunque ellos no paren de tocarnos las narices a todos los demás. Con Corea pasa como con Pakistán, que han entrado en el club nuclear por la puerta trasera y ahora ya están dentro y hay que tratarles de otra manera. Demasiado tarde, el asunto no tiene remedio sin que amenazar tres días seguidos sirva para otra cosa que para inflar el ego ya desmesurado de su tragicómico líder. Porque ni Japón ni Corea del Sur permitirán a los norteamericanos ningún tipo de ataque preventivo por las terribles consecuencias que podría tener para Tokio o Seúl que uno solo de los misiles norcoreanos hiciera blanco. Solo uno. Y Kim lo sabe. La solución no es un bombardeo de incierto resultado sino implicar de verdad a China y Rusia que son los países que tienen la llave.

El tercer tuit, muy sonrojante, es el que Trump ha enviado con motivo de los disturbios racistas de Charlottesville, una pequeña ciudad de la América profunda que visité siendo embajador en los EE UU porque allí está la prestigiosa universidad de Virginia, que fue fundada por el mismo Thomas Jefferson cuya casa, Monticello, está muy cerca. Jefferson es uno de los padres de una constitución que dice que "todos los hombres nacen libres e iguales", pero que tenía 300 esclavos en su propiedad, en una contradicción que el sur aún no ha superado. Ya hubo disturbios raciales con nueve muertos en Charlotte (Carolina del Sur) hace un par de años cuando se retiró del capitolio la bandera confederada, y los ha habido ahora en Charlottesville (con tres muertos y varios heridos) en torno a una estatua del general Lee, héroe sudista de la guerra de Secesión. En los disturbios se han enfrentado la América de los derechos civiles con la América de los supremacistas blancos, del Ku Klux Klan y del racismo que se nutren de lo que en un libro reciente Nancy Isenberg llama White Trash, gentes que tienen mal futuro a tenor de la evolución demográfica y multirracial del país, pero que se sienten legitimados por el nacionalismo de la retórica trumpiana y que le han votado en bloque en las últimas elecciones.

Es muy peligroso dejar resucitar el fascismo y eso es lo que está haciendo Donald Trump para vergüenza de los EE UU. Su equidistante tuit entre nazis y demócratas avergüenza porque en Charlottesville solo unos mataron enarbolando el odio racial. Algo que con su habitual inteligencia fustigaba Fernando Savater a propósito de los nacionalismos en un artículo publicado en El País el pasado domingo cuando decía que "ser abstemio entre las convenciones que consagran nuestros derechos y los radicalismos que pretenden desmontarlas es ser un cínico si la duda es fingida o un imbécil si es falsa". Amén.

De los últimos tuits de Trump solo salvo el que envió el jueves, tras los atentados terroristas de Barcelona, donde decía escuetamente: "Resistid y sed fuertes. Os queremos". Algo es algo. Porque juntos venceremos al terror.

*Embajador de España

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