Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Patrimonio de la obscenidad

Tras haber, no sólo permitido, sino potenciado y fomentado el turismo de cogorza, es fácil que la bronca y el puñetazo limpio...

Tras haber, no sólo permitido, sino potenciado y fomentado el turismo de cogorza, es fácil que la bronca y el puñetazo limpio se extiendan por las zonas preparadas para ello. Magulad y el Arenal son los escenarios más envidiados de los turistas etílicos, dicho en plan fino. Los podemos ver tambalearse bajo el sol más bestia, con el cráneo incendiado, la panza en proceso de combustión y dispuestos a buscar pelea. Se ríen de los policías, a los que acaban golpeando con sus mismas porras. Decía que, tras años y años fomentando la llegada de estos energúmenos, ahora tratamos de detener esta hemorragia de alcohol barato y vómito. Dicen que es una mala imagen para Mallorca. Buena, sin duda, no es. Mallorca, en poco tiempo, ha pasado de ser un lugar asociado a un cierto elitismo a instalarse en una vulgaridad que ha derrapado hacia la obscenidad. Por no hablar del nivel de vida, en franca decadencia. Todos sabemos que, en general, en muchas provincias de España se vive mejor que en esta isla. Además de los consabidos apresuramientos y espectáculos lamentables, hay que añadir la sensación de estafa. Cualquier porquería es aquí el doble de cara que un plato sabroso en La Rioja, por ejemplo. Y podemos seguir con el trato dispensado. Reina el mal humor, una falta de tacto que roza la brutalidad. Camareros y taxistas quemados se olvidan de que tratan con personas, y no con becerros o con meras mercancías a las que hay que cargar y transportar a determinado lugar.

Pero regresemos a las zonas de interés, dignas de engrosar la estúpida lista de lugares que han sido declarados -caray con la expresión- Patrimonio de la Humanidad. Interpreten como sarcasmo esas mayúsculas. Se trata de unirse al enemigo, promocionando estas zonas malditas como lo que son: lo peor. Si usted desea experimentar la degradación, ser testigo directo de cómo se las gasta la chusma, no se corte y pague entrada. Cataloguemos esos lugares vergonzosos como patrimonio de la humanidad, y lo pongo en minúscula más que nada para no caer en la solemnidad. Mallorca es una isla que acoge distintos y casi opuestos registros. Cómo evitar la tentación de organizar excursiones o, incluso, incursiones a esos lugares para que el potentado más morboso experimente la bestialidad en estado puro. Demos un paso más, y convirtamos en espectáculo lo que ahora mismo es portada en distintos periódicos ingleses y alemanes. Eso no está al alcance de cualquiera. Anticipándoos al desastre y proclamemos a voz en grito y con las pancartas que hagan falta y las consiguientes caras, entre indignadas y compungidas, nuestro deseo de salvar pueblos como Arián, Maria de la Salute o Llotro, localidades éstas que de momento están a salvo de la quema, aunque todo se andará. Perfeccionemos, en lugar de suprimirlo, el turismo de coma etílico. Seamos impecables en ello. Especialicemos. Seamos pioneros en comercializar el balconeen, la borrachera descomunal y el vómito callejero, pero no como vergüenza social, sino como arte sucio, como ejemplo de arte degenerado o perforante de la degradación máxima. Seamos, pues, un poco alquimistas y transformemos la mierda en oro, pues hasta ahora lo hemos hecho justamente a la inversa y, vaya por Dios, nos avergüenza un poco esta inversión de los valores. Ya que no podemos ser Portfolio, apliquémonos en ser expertos en bazofia. Pero no caigamos en la autoindulgencia y nos pasemos el día llorando por una isla que hemos maltratado, por activa y por pasiva. Nosotros, los autóctonos, quienes ahora fingimos sentirnos escandalizados. Ya digo, bien por acción, fomentando ese tipo de turismo, bien por omisión, quejándonos como plañideras. Seamos extravagantes y retirémonos como monjes a la abadía de Cursach. Seamos místicos a en el corazón de la basura.

Compartir el artículo

stats