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Lo fundamental y lo accesorio

Probablemente, los medios de comunicación tenemos una parte de responsabilidad en la naturaleza del debate público. La principal función del sistema mediático es reflejar la realidad, pero también es legítimo que trate de influir sobre ella, de traer a la plaza pública asuntos serios que han pasado inadvertidos y al contrario: reducir a su dimensión justa hechos que se han sobrevalorado.

Viene esto a cuento de que, con estos calores de agosto, y con independencia de los terribles atentados que acaban de golpearnos y que nos abstraen por unos días de la rutinaria cotidianidad, estamos consumiendo todas las energías en una cuestión mayor, el conflicto catalán, y en otros asuntos coyunturales, como las huelgas de los aeropuertos o los incendios que nos consumen. Y pasamos por alto temas gravísimos, que se entierran rápidamente en el sumidero que engulle día a día la actualidad. Pienso, por ejemplo, en el tremendo bajón de nuestras universidades, que han desaparecido de los primeros escalones del ránking de Shangai por falta de recursos, de atención y de sensibilidad política.

Una noticia así, que nos relega a posiciones tercermundistas y nos hunde en la cola de Europa, debería provocar, como mínimo, un inmediato debate plenario en el parlamento. Porque sin universidad ni I+D seguiremos siendo todos, en mayor o menor grados, trabajadores sin cualificar en las tareas más improductivas.

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