Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Papell

Cataluña, tan cercana

Los hechos luctuosos con que se manifiesta el terrorismo tienen la particularidad de que eliminan las corazas políticas a la hora de los análisis. En la brutal agresión de una manada de islamistas a la sociedad catalana, el principal elemento del relato es el humano: han sido asesinadas catorce o más personas (hay víctimas se debaten entre la vida y la muerte) de muchas nacionalidades en dos acciones sobrecogedoras, en Las Ramblas de Cataluña, de Barcelona, y en el Paseo Marítimo de Cambrils. Cinco de los sayones han sido abatidos a tiros y otros varios han resultado ya detenidos. Los crímenes están virtualmente resueltos policialmente, a falta de detalles y pormenores, pero dejan tras de sí secuelas que tararán en cicatrizar, siempre dejando marcas indelebles en el alma.

Técnicamente, lo relevante es que se ha desmontado la teoría de que el verdadero riesgo terrorista provenía de los lobos solitarios, personas muy radicalizadas, generalmente retornadas de lugares de conflicto yihadista, que rendían tributo a sus creencias y a su organización mesiánica inmolándose con explosivos o agrediendo a una muchedumbre hasta caer en la brega. En esta ocasión, y a falta que se determine con precisión la relación de los criminales entre sí, el origen de su adoctrinamiento, el sostén exterior que pudieron recibir, etc., es indudable que los fanáticos asesinos forman esta vez algo parecido a una banda, con organización y edios. Habrá que estudiar qué ha pasado para que esta congregación de extremistas que traficaban con ingredientes explosivos -provocaron la explosión de Alcanar, también en Tarragona- y que alquilaron vehículos para sus desmanes no fuese detectada por las fuerzas de seguridad, ni denunciada por los infiltrados y confidentes que a buen seguro tiene desplegadas las policías y los servicios secretos en los puntos calientes del yihadismo hispano.

Pero al margen de este asunto, que es importante para nosotros y nuestros aliados porque nos va ello la seguridad futura, es imposible no señalar, dejando cualquier atisbo de demagogia en el dintel del análisis, que la agresión brutal contra una parte de España ha despertado ciertos vínculos que algunos querían romper abruptamente. Resulta que pocos días después de que un loco irresponsable pretendiese apartar a Antonio Machado del callejero de no sé qué ciudad catalana por anticatalán y antipatriota, la descripción más bella que he encontrado del escenario del primero y más brutal atentado barcelonés llega también de fuera del Principado: "La calle más alegre del mundo, la calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre: Rambla de Barcelona". La referencia entusiasmada es nada menos que de Federico García Lorca.

La reacción a los atentados ha sido contundente, rotunda, unánime. Las administraciones, que no se hablaban entre ellas, se han coordinado con la alta profesionalidad que otorga la institucionalidad de las grandes democracias. Los pésames cruzados han sido dolientes y sinceros. La unidad ha refulgido con intensidad. Cataluña no era, no es, un vecino cercano como Francia o el Reino Unido al que se le da el pésame cuando le ocurren desgracias como estas. Entre Cataluña y el resto hay una familiaridad doméstica y aterciopelada, la que se usa en el ámbito íntimo de la fraternidad o de la paternidad.

Por supuesto, las muertes brutales, las mutilaciones inicuas, la sangre despiadadamente derramada no son argumentos políticos pero miden la temperatura de los afectos y los desafectos. Dicen que la medida del amor se experimenta cuando falta el ser amado, y de algún modo el aprecio y el desprecio se calibran al responder a la suerte o al infortunio del otro. Cataluña está en todo muy cerca, y es inútil que algunos, imbuidos de la mística de la identidad cerrada y escueta, pretendan convencernos de que hay grandes muros recién alzados. No es verdad. Y probablemente no lo sea nunca. Todos somos también Cataluña.

Compartir el artículo

stats