Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Cuervo

De broma

Javier Cuervo

"Barulho" y "barullo"

En un asador brasileño de una villa portuguesa, haciendo caso omiso del hecho diferencial de ser español, me ofrecieron una mesa para cenar, que mejoraba la que tenía, para evitarme el "barulho". El "barulho" resultó ser una pareja que cantaba bossa-nova, el género musical que se susurra, con una guitarra acariciada y una flauta queda.

El "barulho" portugués y el "barullo" español son sinónimos pero se diferencian por un montón de decibelios. Portugal es el vecino silencioso.

El día en que una de las 17 nacionalidades o regiones, comunidades autónomas o naciones nacionales españolas aprenda a vivir hablando en bajo y actuando sin ruido tendrá un hecho diferencial indudable y será histórico desde ese primer día.

Ese día que una región de España hable más bajo, apague la música innecesaria en espacios públicos, atrape a los motoristas del escape libre y abandone la carrera espacial de lanzar cohetes para anunciar fiestas donde todos los ritmos forman el máximo común atronador en el que la armonía es cero, habrá que reconocerle la independencia y el que quiera irse allí a vivir tendrá que pasar por la escuela de la lengua en bajo para aprender a hablar como ellos.

"Barulho" y "barullo" son sinónimos pero el portugués da como primera acepción "ruido" y el español "la confusión, desorden, mezcla de gentes o cosas de varias clases". La definición de "barullo" parece una descripción de España, del país, por cómo se expresa y por cómo es.

El barullo es nuestra comedia -así acaban tantas, para regocijo de una audiencia que ríe porque se identifica- y nuestra tragedia como país, incapaz de armonizar la mezcla de gentes o cosas de varias clases desordenadas por la confusión y por la actividad profesional de los barulleros.

Compartir el artículo

stats