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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Hasta octubre, inacción; después, también

La prescripción de Rajoy para Cataluña es la habitual, la de no hacer nada. Lo ha dejado establecido: hasta el uno de octubre mantengamos la quietud, dejemos que sean los tribunales, esencialmente el Constitucional, los que lleven a cabo el trabajo; después, ya veremos. Lo que quiere decir que con posterioridad lo mejor seguirá siendo el tancredismo. La animadversión del presidente al movimiento es patológica. Que la situación se pudra es la alternativa más placentera para Rajoy, a quien la inacción le reconforta. Le place tanto que debe considerar que dado que lo de Cataluña lleva tanto tiempo pudriéndose puede proseguir el proceso por tiempo indefinido. No hagamos nada, puesto que, de hacerlo, tal vez interrumpamos el curso natural de las cosas. Rajoy considera que ha puesto a disposición del Tribunal Constitucional los instrumentos adecuados para que tome las decisiones que debería ejecutar el Gobierno. Básicamente, la de hacer cumplir las resoluciones que adopte, llegando, si preciso fuere, a las más drásticas. Que sean los otros quienes se enfanguen para devolver las cosas al lugar que les corresponde. El, no; él ya ha dicho que no habrá referéndum. Es suficiente. No ha de ir más allá.

No pasará mucho tiempo sin que se juzgue severamente lo que ha supuesto Mariano Rajoy para España. Es casi innecesario retrotraerse a los años en los que contribuyó decisivamente a incendiar el asunto catalán. Fue él quien autorizó a Soraya Sáenz de Santamaría y Federico Trillo a presentar en el Tribunal Constitucional el recurso contra el estatut de Cataluña, aprobado en referéndum, ese sí legal y vinculante, por los ciudadanos del Principado. Fue Rajoy quien autorizó y alentó la campaña de recogida de firmas por España contra el estatut, lo que expandió la catalanofobia tanto como la hispanofobia existente en Cataluña. Ha sido Rajoy quien una y otra vez, siendo presidente Rodríguez Zapatero, el que dijo que se estaba rompiendo España, que se traicionaban los preceptos constitucionales, que las concesiones a la Generalitat eran casi lesa traición a la patria. Todo para deteriorar en lo posible el Gobierno socialista.

Después, ganadas las elecciones, Mariano Rajoy clama que se imponga la sensatez y el sentido común; solicita moderación, que a toda costa hay que evitar que se rompan las costuras institucionales. Pero lo que no podrá evitar el presidente es la responsabilidad que le atañe en la expansión del incendio. El vacuo discurso que ahora exhibe, el del respeto a la legalidad constitucional, demandando a los jueces que la hagan cumplir, define que estamos ante alguien que no es el que corresponde a la actual hora de España, que no está al frente del Gobierno de la nación el estadista que se demanda. Hoy se requiere a quien ante lo que sucede, sepa reaccionar haciendo política, sobre todo política, y no salmodiando que se aplicará la ley, siempre la ley y nada más que la ley.

Rajoy Brey está incapacitado para comprender el problema catalán. Ha habido otros muchos en la historia de España que padecieron del mismo mal. Es urgente dar con la persona capaz de dar con la fórmula que posibilite establecer un acuerdo duradero para una generación. Rajoy dejará un legado envenenado.

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