Diario de Mallorca

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Todo es turismo

En Mallorca todo es susceptible de convertirse en atractivo turístico. Incluso, la tan mentada turismofobia puede llegar a convertirse en una nueva manera de distraer al turista. Pronto, veremos a grupos de turistas visitando esos lugares atacados por grupúsculos cafres. Tourism kills Majorca o Tourist go home acabarán siendo lemas que los visitantes leerán con una mezcla de curiosidad y vértigo. Antes que nada, aviso al lector de que la palabra turista o derivados de la misma aparecerá con frecuencia a lo largo de este artículo. Se aceptan los neologismos más estrambóticos. Tal vez, incluso, exista alguna perversión llamada turismofilia. Y aquí Freud y sus sucesores se frotarían las manos.

Ese terrorismo de baja intensidad practicado por el grupo independentista Arran también podría formar parte de una curiosa y paradójica estrategia para atraer a un turista ávido de tensiones y experiencias, digamos, excitantes. El morbo también puede ser un sentimiento muy turístico. Hace ya tiempo que el sistema capitalista y la democracia han asimilado cuerpos, en principio, hostiles a ellos. El comunismo no ha tenido más remedio que actualizarse, mediante sucesivos implantes, máscaras y demás maquillajes, para medrar en el corazón de su enemigo, el malvado capitalismo. Ejemplos de sujetos que se dicen anticapitalistas que, a su vez, deben su subsistencia al capitalismo, los hay a montones. De ahí que la vuelta de tuerca perfecta sea la de convertir en atractivo turístico las acciones que realizan algunos en contra del turismo. Una campaña muy novedosa.

El monocultivo turístico propicia que cualquier actividad que se realice en Mallorca acabe siendo materia de turismo. Cómo no imaginar a algún guía explicando en diversos idiomas el porqué de las inscripciones insultantes, rastreando los lugares de las acciones violentas, pisando las zonas calientes. Como decía más arriba, hace ya tiempo que muchos de los movimientos alternativos al sistema ya están formando parte de dicho sistema que aseguran dinamitar. Hace unos días, sin ir más lejos, hubo un ataque con castañuelas en el puerto de Ibiza, contra los yates de lujo. En fin, otra atracción más para el turista que, al fin y al cabo, necesita la tensión justa para que sus vacaciones tengan cierto sentido. Más allá de las castañuelas y el confeti, queda el miedo a lo peor, que esos instrumentos inocuos se vuelvan proyectiles. Una forma de desactivar Arran es promocionarlo como un atractivo turístico más. Todo es turismo, incluso las reacciones adversas al turismo. He visto turistas haciendo fotos, la mar de divertidos, a esa inscripciones que los insultan. Unos selfies inolvidables. No se dan por aludidos. Ellos siguen su ruta, y bien que hacen. El turista es mucho más resistente de lo que algunos creen.

Como turista nunca iría a Mallorca, a no ser que se me ocurriera realizar un experimento para comprobar in situ el grado de fobia turística, contar la cantidad de ciclistas que circulan por las carreteras, empezar o terminar el capítulo de una novela pringosa encerrado en algún apartamento de Magaluf o el Arenal y sin aire acondicionado. Como turista que jamás confesaría ser un turista, me desplazaría sin ruido a alguna aldea de Soria o Teruel, porque allí sin duda la presencia de un extraño es sobriamente celebrada y la distancia física entre seres humanos es más que aceptable, ya que circula el aire sin tropezones, ataques de ansiedad, malos modos ni miradas hostiles. Y en todo este periplo, por supuesto, no dejaría de ser un turista que cree ser otra cosa, un viajero, un visitante, un trasegador de rutas poco transitadas. Desde el altiplano, tendría una visión de la isla mucho más ecuánime. Simplemente, me daría una pereza inmensa volver a ella. Eso sí, mi ausencia habría dejado un hueco, liberando a la isla de mi presencia.

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