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Daniel Capó

Furia y fuego

Donald Trump ha respondido a las bravatas del presidente norcoreano Kim Jong-un con unas declaraciones explosivas: "Será mejor que Corea del Norte deje de amenazar a los Estados Unidos o se encontrará con una furia y un fuego jamás vistos en el mundo". La escalada de tensiones evidencia los límites de la diplomacia, sobre todo cuando el gobierno de un país se halla en manos de un dictador no sólo peligroso sino especialmente inestable. Los misiles norcoreanos apuntan hacia dos estrechos aliados de los americanos: Corea del Sur -con quien Pyongyang está todavía oficialmente en guerra- y Japón; pero además las fanfarronadas de Kim Jong-un alcanzan ya enclaves estadounidenses, como la isla de Guam, Hawái o las principales ciudades de la Costa Oeste del país. Una filtración del espionaje, publicada estos días por The Washington Post, hacía hincapié en la capacidad nuclear que ha desarrollado el ejército norcoreano -o, al menos, en lo cerca que se encontraría de ello-, además del arsenal químico con el que cuenta. No cabe duda de que en este tipo de asuntos no podemos fiarnos en exceso de las filtraciones, ya que muy a menudo responden a determinados intereses más que a la propia verdad. Seguramente ni los Estados Unidos saben demasiado bien lo que sucede en el interior del país asiático -uno de los regímenes más herméticos del mundo- ni tampoco están al corriente de las intenciones reales del dictador Kim Jong-un. Es preciso, por tanto, mantener cierta prudencia ante la subida de tono de estos días. Peligrosa, por supuesto, pero no del todo inusual.

En la misma medida en que Corea del Norte ha ido incrementando su capacidad balística de largo alcance -con una infinidad de fracasos, conviene recordarlo-, el régimen comunista se ha especializado en lanzar amenazas sin cumplir ninguna. Hay algo de autopropaganda en toda esta retórica incendiaria y también algo de excusa para ir depurando el régimen de forma paranoica. No será la primera ni la última vez, pues nada une más que la invención de un enemigo interno o externo. Y, en el caso de Trump, tampoco es la primera vez que sus palabras no van acompañadas de hechos, como ocurrió -sin ir más lejos- con el polémico muro en la frontera con México. Es decir, que probablemente la furia y el fuego se queden en el campo de las bravuconadas. En un conflicto nuclear, ninguna opción es buena. Para nadie.

Realmente, más allá de las palabras nada indica que Washington esté preparando la logística de una ofensiva a gran escala contra Pyongyang, del mismo modo que resultaría del todo inesperado un ataque de Corea del Norte, ya sea contra los Estados Unidos o contra sus vecinos del sur. Incluso los casos evidentes de locura -el de Kim Jong-un- mantienen cierta lógica interna. Y es posible que la retórica militar y los ensayos balísticos tengan un componente más bien defensivo, como una amenaza contra los que pretenden derrocar el régimen, que propiamente agresivo. Y acerca de Trump, podemos pensar que también habla en clave interna, consciente de que el populismo es un lenguaje que entienden a la perfección sus votantes y más en un momento en el cual el prestigio del propio Trump está en horas bajas. Debemos suponer que la furia y el fuego se quedarán en eso, en meras palabras. La alternativa es demasiado mala.

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