Diario de Mallorca

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Dios me libre de terciar en el asunto de la tauromaquia aunque sólo sea por respeto hacia mis padres, amantes de lo que llamaban arte y a mí me parece una barbarie. Parecería que ya he terciado diciendo eso pero me apresuraré a añadir que si personas sensibles cuya inteligencia me parece admirable, como Fernando Savater, disponen de argumentos en favor de las corridas de toros, el que yo hable de barbarie supone una opinión personal. También me parece bárbaro —aunque menos— el comer palomitas de maíz en el cine y del todo estúpido el uso que hacemos del teléfono móvil, por no hablar de la manía de los selfies o de las redes sociales.

Hace un montón de años participé en una mesa redonda organizada por otro filósofo, José Sanmartín, en Valencia que iba a tratar sobre los derechos de los animales pero derivó casi de inmediato en debate sobre los toros. Sabater Pi, el etólogo catalán que descubrió la existencia de tradiciones culturales entre los chimpancés y llevó al zoológico de Barcelona a Copito de Nieve —decisión esta última que sería hoy muy criticada— intervino diciendo que los toreros se atrevían a salir al ruedo porque se trataba de toros. Según él, esos animales son casi inofensivos; de ser búfalos, otro gallo cantaría. En el auditorio había un torero, cetrino de piel y de acento andaluz cerrado, quien pidió la palabra. Tras aplaudir la sabiduría de los integrantes de la mesa se permitió preguntar si alguno de ellos había estado en el albero a solas con un toro. Con una gracia inmensa, confesó que basta con que te mire un astado de los de lidia, incluso a veinte metros de distancia, para que se te suelten las tripas.

El Parlament, aunque dividido en su decisión, ha aprobado una ley por la que las corridas durarán sólo diez minutos por toro y éste no podrá ser herido de forma alguna, ni muerto. Ya veremos si pasando de la prohibición a la regulación nuestra cámara logra esquivar al Tribunal Constitucional, donde llegará sin duda la ley de los toros a la balear. Los defensores de las tradiciones sostienen que cambiar las corridas supone perder un patrimonio cultural inmenso, amén de acabar para siempre con la cría de toros. Pero las tradiciones cambian y a menudo sin que las vestiduras lleguen a rasgarse. La suelta de patos en el mar tradicional de las fiestas de la Colònia de Sant Jordi ha sustituido los animales vivos por muñecos de plástico y, según dice este diario, el fervor popular por hacerse con uno ha sido el mismo. Creo que fue Cristina Narbona quien dijo hace poco que el final de las corridas taurinas llegará pronto o tarde, tirando a pronto. Lamentaré que eso suponga la desaparición de los toros espléndidos de las dehesas de la península, así que si la ley del Parlament hace que pervivan me alegraré no poco. Igual que me alegraría que a las gallinas no las tuviesen día y noche despiertas para que pongan más huevos o que dejen de transportar a los cerdos en camión apiñados como si fuesen sacos de yeso.

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