La industria de servicios -y más en concreto la del turismo- constituye un ecosistema frágil. Su éxito depende de un complejo de factores alineados de un modo razonable: el precario equilibrio entre calidad y precio, que corre el riesgo de desajustarse por arriba o por abajo; la presión de la competencia; y los nuevos gustos, usos y costumbres de la clientela son elementos que alteran la dinámica normal de una industria, la cual, por definición, siempre se encuentra en proceso de cambio. Mallorca goza a nivel turístico de una serie de ventajas significativas, por las que se ha convertido, desde hace décadas, en el destino predilecto de millones de visitantes europeos. A nuestro favor juega un clima especialmente propicio, la belleza natural y patrimonial del entorno, la seguridad y la calidad de los servicios públicos, el know-how acumulado por las empresas, unas magníficas conexiones aéreas con el continente, además de las cuantiosas inversiones realizadas en estos últimos años para modernizar la industria y que le han permitido incrementar su competitividad. El monocultivo turístico explica el potente desarrollo económico de las Balears -el curso pasado recibieron 12,9 millones de visitantes- y es su fortaleza la que sostiene la recuperación del empleo, después del enorme shock que supuso la crisis financiera de los años 2008-2011. Se trata, por tanto, de una industria no sólo básica sino esencial para el futuro de nuestra comunidad.

Los recientes actos vandálicos llevados a cabo contra turistas tanto en Barcelona como en un restaurante del Moll Vell de Palma, y que han sido reivindicados por "Arran Països Catalans" -un grupo de jóvenes independistas adscrito a la izquierda radical-, constituyen un ataque a la paz social y una amenaza obvia a la confianza internacional que merece nuestra industria turística. Son hechos inadmisibles que sólo merecen la reprobación pública y la intervención firme de las autoridades, que no deben dejar bajo ningún concepto que tales episodios de agitación perturben el orden y la seguridad en nuestras calles. La violencia genera recelo, intimida a los ciudadanos y alimenta -si no se corta de raíz- una peligrosa sensación de impunidad que termina por dar alas a los populismos. Si bien es cierto que una inteligente racionalización de los flujos turísticos permitiría atenuar algunos de los efectos indeseados de una excesiva presión de los visitantes -y, en este sentido, tanto el Govern como los actores económicos implicados trabajan en la puesta en marcha de medidas correctoras-, el vandalismo de grupúsculos radicales resulta inaceptable. Nada justifica sus agresiones ni la peligrosa demonización de los turistas, a quienes hay que tratar con el máximo respeto, como a cualquier ciudadano.

La receta, por tanto, es clara: hay que reaccionar con firmeza ante los actos de violencia callejera, aplicando la ley con el todo el rigor que sea necesario. La alarma de las empresas del sector es perfectamente comprensible, tanto por el deterioro de la imagen internacional de Mallorca como por la intimidación que estas algaradas suponen. Es cierto que hablamos, por el momento, de hechos aislados pero eso no disminuye su gravedad. Simplemente nos alerta de un problema que puede ir a más si no se actúa con ejemplaridad y cuyos efectos resultan especialmente dañinos para la prosperidad futura de nuestro archipiélago.