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Eduardo Jordà

Clichés

El caso del abuelo de Pablo Iglesias desmiente todos los clichés ideológicos sobre los que el nieto ha construido su incendiario discurso político

Hace mucho calor y todos estaríamos más a gusto en la playa escuchando Despacito -o las sinfonías de Brahms-, pero hay temas que se empeñan en meterse en nuestra vida. Estos días, por ejemplo, ha habido una polémica relacionada con la actuación del abuelo de Pablo Iglesias durante la Guerra Civil. Este asunto es relevante porque Pablo Iglesias ha construido una buena parte de su discurso político a base de clichés ideológicos relacionados con la Guerra Civil. Pablo Iglesias nació con la democracia y no ha conocido la dictadura franquista. No sabe lo que es entrar en un bar y mirar a ambos lados buscando la presencia de un policía camuflado. No sabe lo que es escribir una crónica pensando en lo que va a decir el censor (aunque esos tiempos siniestros están volviendo). Y tampoco sabe lo que es ser encarcelado sin motivo alguno, simplemente porque uno ha sido denunciado por sus vecinos o por el cura o por un antiguo compañero de trabajo. No, para nada. Él -igual que muchos de nosotros- no tiene ni idea de eso. Suerte que hemos tenido.

Pero su abuelo, Manuel Iglesias Ramírez, sí que tuvo que conocer todo eso: el odio y el miedo y la angustia y la sangre y la muerte. Manuel Iglesias era militante socialista en 1936. Sirvió en el ejército republicano como oficial jurídico y tuvo que dictar sentencias de muerte. Si esas sentencias eran justas o injustas, eso no lo sabemos, pero él tuvo que firmarlas porque era su deber, igual que cientos de oficiales franquistas firmaron sentencias de muerte porque era su deber, aunque supieran en su fuero interno que esas sentencias eran injustas. Al final de la guerra, Manuel Iglesias fue condenado a muerte por los franquistas. Pero no fue ejecutado y pasó cinco años en la cárcel. Cuando fue puesto en libertad, Manuel Iglesias entró a trabajar en el ministerio de Trabajo controlado por los falangistas. Y allí se jubiló. A cuenta de esta historia, algunos periodistas de la derecha han intentado convertir a Manuel Iglesias en un asesino o en un chivato (¿cómo entró a trabajar en un ministerio franquista si no fue un chivato?). Pablo Iglesias, el nieto, se ha defendido de estas acusaciones en nombre de su abuelo. Y con razón.

El problema es que el caso del abuelo de Pablo Iglesias desmiente por completo todos los clichés ideológicos sobre los que el nieto ha construido su incendiario discurso político. El maniqueísmo absoluto que divide la historia entre buenos y malos no puede aplicarse a su abuelo, como tampoco puede aplicarse a miles de españoles que vivieron la Guerra Civil. Si Manuel Iglesias fue un criminal de guerra, como decían los franquistas, ¿cómo fue posible que entrara a trabajar en un ministerio después de la guerra? ¿Y quién diablos dio la cara por él? ¿No habíamos quedado en que era un rojo y un criminal?

Para Pablo Iglesias, un franquista es una especie de homúnculo fabricado en un insalubre laboratorio neoliberal donde se explota a los inmigrantes ilegales, del mismo modo que para muchos periodistas de la derecha un comunista es un homúnculo fabricado en los laboratorios clandestinos del KGB (o de Maduro o de Putin). Pero la realidad no fue así. Hubo criminales y asesinos en los dos bandos, pero también hubo franquistas decentes y de buen corazón, y socialistas y anarquistas y comunistas decentes y de buen corazón. Antoine de Saint-Exupéry se encontró en Lérida, en el verano de 1936, a un socialista francés que salvaba a todos los curas que iban a ser fusilados por los anarquistas. Y en el otro bando también hubo franquistas que intentaron salvar a sus supuestos enemigos condenados a muerte. El mal puro existe, claro que sí, pero en medio del mal también existe la piedad y la compasión. La vida es así.

Lo más probable es que Manuel Iglesias, el socialista condenado a muerte, tuviera conocidos franquistas que supieran que era una persona decente. Y esos amigos lo colocaron en el Ministerio de Trabajo. Un Ministerio, por cierto, que aprobó varias leyes con las que Manuel Ramírez, el socialista, tendría que estar por completo de acuerdo: la ley del Seguro Obligatorio de Enfermedad del año 1942, por ejemplo. Y la ley de Bases de la Sanidad Nacional, de 1944. Esas leyes sentaron las bases de lo que ahora es nuestra Seguridad Social y fueron concebidas por falangistas, sí, pero también por personas como Manuel Iglesias. A pesar de los clichés ideológicos, muchos falangistas creían en unas condiciones decentes de vida para la clase obrera. Y no olvidemos que esas leyes se adelantaron en varios años al National Health Service británico que fue creado en 1948 por el gobierno laborista de Clement Attlee (y que después fue apoyado por el conservador Churchill, lo que sentó las bases del consenso entre la izquierda y la derecha que hizo posible el mejor periodo histórico que ha conocido el mundo).

Pues bien, ese consenso ya existía de alguna manera en el ministerio de Trabajo franquista en el que estaba trabajando el represaliado Manuel Iglesias. Ignoro si decir esto me hará infringir alguna ley de Memoria Histórica y podré ser multado y encarcelado, pero la solícita señorita Wikipedia está ahí y cualquiera puede consultarla. Y ahora, después de leer esto, ya podemos volvernos todos a la cervecita helada y al contoneo hipnótico de Despacito.

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