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Cosas del idioma

Cada lenguaje, cada idioma, es una aproximación a la utopía de la comunicación total. Menos es nada y, como escribió Milosz, no hay lengua que baste para la belleza. Ni pueda sumar, a su valor instrumental, el simbólico que cada una posee por separado; es por ello que su defensa y cuidado, la de cualquiera, es también una apuesta por preservar la historia de cada comunidad, ligada en buena medida a la palabra.

Dicen que hay -había, porque al parecer se pierden cada año unos 25- 6.000 idiomas en el mundo; el 90% en trance de extinción y, cuando finalice el siglo, se calcula que habrán desaparecido la mitad y con ellos las identidades que apuntalan. Si la palabra fija la existencia de las cosas y las recrea, el modo de expresarlas las dota de un pálpito que traduce saberes y creencias, el alma, en suma, de cada colectivo y su modo de percibir desde la realidad hasta los sueños. Bajo esa perspectiva, sólo podría apoyarse el esperanto como complemento y jamás una alternativa; sería equivalente a querer enterrar la diversidad y pretender hacer, con una vida que se diversifica y enriquece merced a la expresión, corsé de inquisición.

Los idiomas son una morada para el espíritu que se agrieta cuando las palabras, siquiera algunas o, mucho peor, todas las de esas lenguas condenadas, caen en el olvido llevándose consigo sonoridad y matices irrepetibles. Porque domar el mundo y sus aconteceres se hace de modo diferente con cada lenguaje, y su utilización construye un entramado de sensibilidades intransferible en su multiplicidad. En esa línea, quizá Santo Tomás de Aquino acertase en otras cosas, pero cuando sentenció que donde hay muchas lenguas no puede haber paz, estaba abogando por un totalitarismo poco acorde con la solidaridad que por otra parte preconizaba.

Se me antoja mucho más sugerente, en esta línea de considerar los idiomas como depositarios de imaginarios siempre poliédricos, la queja que expresó Kafka en sus Diarios: "No he querido siempre a mi madre como ella merecía, porque el idioma alemán me lo ha impedido". Y es que el modo de decir y sus peculiares vocablos y metáforas, esculpen cada lengua hasta hacerla única y depositaria de sugestiones y significados implícitos, sin parangón con cualquier otra y que pueden resentirse e incluso perderse en las traducciones, por más cuidadas que sean. Cada hablante o escritor incorpora giros, asociaciones o calculadas ambigüedades que son de difícil si no imposible equivalencia en el idioma de llegada, lo que daría razón a Paul Valery cuando dijo que sólo puede apreciarse de veras -y producir auténtico dolor o regocijo- lo que está escrito en tu lengua. Y tal vez no sea aventurado suponer que ningún autor estará absolutamente de acuerdo con la versión de su obra trasladada a una distinta forma de expresión.

Cuestión diferente es el no sólo loable sino recomendable empeño por intentar desenvolverse en otros idiomas que el propio, lo que revela, más allá del sentido utilitarista, amplitud de miras, de mente, y cabal conciencia de un mundo en creciente interrelación. "No conozco a ningún fascista que hable más de tres idiomas", afirmaba Wagensberg no ha mucho y supongo que, más allá del irónico esquematismo, aludía a ese talante receptivo e integrador al que me refiero y acorde con los tiempos, lo que no es óbice para que cada lengua lleve en su seno tesoros, como apuntaba, de difícil aprecio para quien no la haya mamado desde la cuna. A este respecto, el diálogo que hace muchos años mantuve con una joven (creo haberme referido al mismo en alguna otra ocasión), empleada interina que ayudaba por horas en las tareas de casa fue, a la par que provocativo, revelador:

-Tiene usted muchos libros -observó al tiempo que les quitaba el polvo.

-Sí, bastantes -respondí, distraído.

-Muchos autores extranjeros€ -siguió.

Entonces nos miramos. Su tono no era crítico ni elogioso; más bien el aséptico con que se constata un hecho. Supuse que quizá le gustara alguno que pudiese recomendarle, y me disponía a ofrecérselo cuando ella volvió a comentar:

-Pero traducidos.

-Pues sí -confirmé-. La mayoría. Puedo dejarte el que quieras si te apetece€

-No, muchas gracias. Es muy amable, pero yo sólo leo en versión original.

Después, con rostro impenetrable, escrutó el mío unos segundos antes de reanudar su trabajo. A las pocas semanas se despidió y, a estas alturas, ignoro todavía si tuvimos empleada a una chica políglota, sólo quiso bromear conmigo o es que, ya por entonces, ella era plenamente consciente de cuanto he escrito hasta aquí. Podría ser esto último y siento no haber caído aquel día, cuando quizá me estaba brindando una lección que no supe entender. Pese a que hablásemos el mismo idioma.

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