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Daniel Capó

5 de agosto de 1937

En una carta que escribió el 5 de agosto de 1937, el oficial del ejército republicano Joan Sales cuenta que un día se acercó, junto con otros soldados bajo el mando del comandante Domínguez, al convento mercedario de Santa María del Olivar en Teruel. Al cuartel había llegado la noticia de que los anarquistas habían asesinado a todos los frailes y de que también habían rematado a los mozos y a los jornaleros del convento, trabajadores que -en palabras de Sales- sólo llegaban "a calzar abarcas", de lo pobres que eran. Al cruzar el portal de la iglesia, los oficiales se encontraron con un espectáculo macabro: las tumbas, profanadas; los libros, quemados; los cadáveres, desperdigados. "Habían colocado dos momias al pie del altar mayor en actitud de casarse -escribe Sales-; otra, revestida con una casulla, ejercía de sacerdote que las unía en matrimonio; las momias restantes se repartían alrededor de los novios como testigos de la boda. Algunas habían perdido el equilibrio y yacían en el suelo. Eran momias antiguas, perfectamente secas y bien conservadas, como de pergamino". En el templo se había celebrado una orgía con el vino de los frailes, y el novelista catalán no deja de anotar, con dolorosa ironía, que los anarquistas sólo habían respetado las botas de macabeo y de clarete, "lo único que les debe parecer sagrado", puesto que no la vida ni la dignidad de los muertos.

Las cartas de Joan Sales al poeta Màrius Torres (Club Editor, 2014) constituyen el testimonio de esa época cruel que fue la de la ruptura civil de España. Esa misma carta del 5 de agosto subraya el contraste asombroso entre el mundo en tiempos de paz y la locura de la guerra. "En una celda -escribe el autor de Incerta glòria-, descubrí un libro sobre el cultivo de las flores con preciosas láminas al acero que algún fraile se había entretenido a colorear con acuarela"; y tuvo que dejarlo corriendo, seguramente por la irrupción de los asesinos. Entre las obras que habían sobrevivido a la quema, Sales encontró dos colecciones completas de los viajes del capitán Cook, una edición moderna de los sonetos de Petrarca, un volumen escrito en hebreo -seguramente, un libro sagrado-, un tratado de agricultura en catalán del siglo XVII y una Summa Theologiæ en latín del siglo XVI. Sin la guerra ni los odios ideológicos, ¿cómo habría evolucionado nuestro país? Es una pregunta legítima a la que sólo podemos ofrecer una débil tentativa de respuesta. En aquellos mismos años, unos pocos hombres reclamaban sensatez y ponderación; servicio, reforma, tolerancia y paz civil. Otros muchos vivían su vida ajenos a lo que se cocía realmente en los despachos del odio: unos por ignorancia, otros por desidia o frivolidad. Y había quienes se dedicaban a dividir a la sociedad en nombre de algún ídolo más o menos abstracto: un ideal tejido con la urdimbre del mal. Cabe pensar entonces que la España republicana fue destruida por los excesos y la impaciencia, por el odio que se fue imponiendo como una realidad engañosa. El historiador John Lukacs escribió en alguna ocasión que, en un mundo aparentemente tan materialista como el nuestro, las ideas cuentan mucho más de lo que pensamos. Son las ideas las que determinan nuestra forma de analizar e interpretar la realidad que nos afecta. Y son las ideas fanáticas y crueles las que destruyen la sociedad.

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