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Antonio Papell

El difícil diálogo Sánchez-Iglesias

La detestación que sentía Julio Anguita hacia el PSOE de González, que dio lugar a la pintoresca pinza del líder comunista con Aznar

Íñigo Errejón declaraba recientemente en una especie de resurrección mediática tras su derrota en Vista Alegre 2 que la única manera de que haya un gobierno de izquierdas es pactando el PSOE con Unidos Podemos. La respuesta indirecta la recibía horas después de la portavoz socialista en el Congreso, la exmagistrada Margarita Robles: lo importante no es tanto conseguir el gobierno cuanto qué hacer desde el gobierno.

Desde los albores democráticos, las relaciones entre el PSOE y el Partido Comunista, después Izquierda Unida cuando las siglas del PCE se habían convertido en un anacronismo y hubo que ocultarlas, han pasado de la inexistencia a la corrección, pasando por la indiferencia. En una determinada época, la detestación que sentía Julio Anguita hacia el PSOE de González, que dio lugar a la pintoresca pinza del líder comunista con Aznar, era todavía el reflejo del odio sistemático del leninismo a la socialdemocracia, pretendidamente el ala izquierda del fascismo. Es el mismo rechazo que ahora experimenta el sector de los anticapitalistas hacia el PSOE, hasta el extremo de oponerse, por ejemplo, a la coalición con los socialistas en Castilla-La Mancha para el gobierno de la Comunidad.

La única vez que el PSOE e Izquierda Unida decidieron en todo este periodo ir electoralmente de la mano fue en las elecciones del 2000, en las que Joaquín Almunia, candidato pese a haber sido vencido estrepitosamente por Borrell en primarias, pactó con la formación dirigida entonces por Francisco Frutos y consiguió un saldo electoral desastroso.

Podemos, que venía de obtener un buen resultado en las europeas del 2014 (8% de los votos y cinco eurodiputados), se presentó en solitario a las elecciones de 2015 pero ya concurrió junto a Izquierda Unida en 2016. La alianza entre una formación que había alardeado de transversalidad y la extrema izquierda costó a ambas 1,1 millones de votos, que desertaron de aquella entente después de haber votado a las dos formaciones por separado. Entre ambas elecciones, Podemos tuvo la magnífica oportunidad de demostrar su pragmatismo y su verdadera voluntad constructiva apoyando el acuerdo que habían establecido el PSOE y Ciudadanos en torno a un programa inequívocamente progresista, con lo que el desgastado Partido Popular hubiera pasado a la oposición. Pero Iglesias se opuso cerradamente en el último momento? No sin haber hecho previamente el ridículo al repartirse públicamente el gobierno con el PSOE en un escandaloso ejercicio de voluntarismo mediático. Y se opuso por la sencilla razón de que no le interesaba regenerar y moderar el Estado sino conseguir la hegemonía de la izquierda, algo improbable si permitía con sus votos que Sánchez alcanzara La Moncloa. Con todo, la alianza Podemos-Izquierda Unida, que negaba en sí misma cualquier idea de transversalidad, confinó al partido resultante en la extrema izquierda e hizo imposible el sorpasso con respecto al PSOE, a pesar de que los socialistas estaban en aquella época con serios problemas de liderazgo y gobernanza.

Ahora, Sánchez e Iglesias acaban de crear una "mesa de coordinación parlamentaria", después de haber constatado sus insalvables desacuerdos en relación a Cataluña -para el PSOE existe una única soberanía, la española„ y sobre una hipotética moción de censura. El PSOE ha hecho saber solemnemente que su única urgencia en este momento es la agenda social. Y es evidente que el PSOE necesita también un periodo de estabilización para recuperar la iniciativa y volver a ser una potente opción de poder.

Unidos Podemos mantiene hoy cierta ambigüedad sobre el alcance de su reformismo. El régimen del 78 -enunciado así, despectivamente„ no complace en exceso a los seguidores de Iglesias, por lo que, sin pudieran, lo volarían y abrirían un proceso constituyente, que casi nadie más quiere en este país y que no tiene sentido (ninguna democracia madura se plantea tal cosa en el mundo). Con esta posición, el confinamiento de Unidos Podemos en su remoto nicho de babor parece más permanente que coyuntural.

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