Leo en la canícula veraniega un reportaje sobre la pretensión republicana -de los republicanos norteamericanos- de eliminar la reforma sanitaria de Obama, que proporcionó a través del llamado Obamacare un seguro de salud al 7% de la población -21,8 millones de personas- que no disfrutaba de cobertura alguna. Obama extendió también Medicaid, el sistema de asistencia para personas sin recursos o discapacitadas que beneficia al 19% de la población -62,4 millones de ciudadanos.
Trump y su equipo quieren restringir este pretendido dispendio, que eleva los precios de los seguros en general -uno de los avances era que las aseguradoras privadas no podían denegar la atención, ni cobrar más según el historial médico, ni cometer otros abusos que desprotegieran a los más desfavorecidos- y que lógicamente ha de financiarse con cargo a impuestos. La derecha radical americana es profundamente individualista: cada cual ha de buscarse la vida como pueda, sin que la sociedad, ni mucho menos el Estado, haya de comprometerse con los más infortunados, que algo habrán hecho para encontrarse en mala posición. El simple comentario sobre estas inclinaciones políticas perversas produce malestar, dolor de estómago, acidez. El ver al magnate displicente y machista tramando más desprotección para los pobres nos revuelve las vísceras a algunos y nos incita a rescatar aquellos viejos insultos cervantinos que tan aclaratorios resultan: hideputa es el más socorrido.
