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José María de Loma

La moda de las listas

La gente se pone a hacer listas y no para. Los cinco alimentosquemagrasas ideales para el verano, dice un titular. Once acantiladosnormandos para perder la cabeza, leo en otro sitio. En fin: diezcanciones que no te puedes perder, proclama alguien. Lo que no aclara espor qué no se las puede uno perder. Ese es el cebo, supongo. Aunque,bien mirado, en este caso el cebo habría de ser que fuese buena música.Por cierto, que aún no hay canción del verano. El mundo está tan locoque a veces la canción del verano estalla en octubre y nos da la barrilahasta el verano siguiente. El tema más de moda es Despacito, que nosmachaca en chiringuitos y discotecas, en pubs y en autobuses; lo cantael niño de Leganés y la adolescente de Porriño, un cura en Aragón yhasta un aspirante a notarías que se cuece horas y horas estudiandotemas junto a un ventilador. Mientras, su novia se va enamoriscando delprofesor de yoga, que es un vivales que está completando la listaveraniega de señoras y señoritas encamadas en su coqueto ático (¿lascasas coquetas se arreglan solas?)

No falta quien opina que eso de hacer listas (las veinte mejores playasde Andalucía y tal) es cosa que ha traído internet. No. Lo de las listases de antes. Por ejemplo, los Cuarenta Principales, cosa que tiene yamuchas décadas es un ejemplo de lista. De lista exitosa. En Altafidelidad, gran novela (Nick Hornby) y deliciosa película ya hacíanlistas los personajes. Listas de canciones, sobre todo. Elaborar listasordena la mente. Ayuda a recapitular (las diez mejores juergas que mecorrí en la universidad), agiliza la memoria (las cinco cervezas másinfames) e incluso, como le pasa a un conocido, ayuda a acotar loslímites de la familia. Por eso suele preguntarse de cuando en cuando:¿cuántos hijos tengo?

A veces lo peor de una lista es la respuesta: los cinco animales que másfobia te producen. Los diez peores finales de novelas decimonónicas.Otras veces inducen a un ejercicio melancólico: los mejores programasinfantiles de todos los tiempos. Repara uno entonces en que ese tiemposuyo de la infancia no volverá, ni volverán las meriendas de pan conchocolate ni la dulce recriminación materna (ahora lo entiendo mejor)cuando uno remolonea para dar un beso al llegar o marcharse de casa.

Hay listas tontas, ya estábamos tardando en decirlo. Listas de la compray listas que se te cuelan en la compra porque te ven despistado ynoblote, acarajotado, esnortao, como haciendo listas mentales de esto ylo otro mientras la vida (y el turno) se va. Convendría ir haciendo unalista de tareas estivales. Dormir un siestón bajo un platanero, leer unnovelón en un solo día, poner la mente en modo off tumbado en la arena,renovar el repertorio de maldiciones por la estrechez del asiento cuandouno monte en avión, escribir a mano una carta. Comer sardinas con lasmanos viendo como se va el sol; una sobremesa con los amigos de siempre,cantar ronco un himno inofensivo, comprar una camisa blanca y estrenarlapara ir al encuentro de la noche. Tirar al alba la camisa a la basura ytirar el día durmiendo. Leer después algo del tipo seis remediosinfalibles para la resaca. Elaborar una lista de excusas para esquivarla lista de tareas pendientes. Y así.

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