Arribó ayer a mis ojos un video de esos que te hacen pensar, y no precisamente para bien; en él se percibe a una mujer cubierta de arriba abajo por oscura vestimenta, muy a pesar del agobiante calor que nos sofoca estos días, y que se dedicaba a increpar a una jovencita que muy acertadamente vestía unos pantalones cortos, como hace cualquier vecino si sus obligaciones sociales se lo permiten. Permitan que no analice la catarata verbal de la vociferante señora que mezcla conceptos de variopinto significado dentro de su verborrea, amontonándolos sin ton ni son, eso sería caso como darle carta de naturaleza argumental a su diatriba, pero si me parece interesante el analizar el hecho en sí.

Es lógico considerare en primer lugar, aunque solo sea someramente, que alguien con dos dedos de frente no debiera permanecer en un lugar que hiere sus más íntimos sentimientos, más aún, no debiéramos obligar a la pobre señora a contemplar la falta de modosidad de chicas, de los chicos no dice nada, que en estas tierras se dedican a ir enseñando sus piernas en público, y a hacerla sufrir el continuo estrés que, según muestra el video de marras, tales actitudes le provocan, forzándola a permanecer en estas tierras moralmente corruptas e indeseables; más aún, cuando el permanecer entre gentes inmorales por su vestimenta, pone en peligro la fe a la que parece querer defender la dicha señora, bien que de forma no tan modesta como indica el Libro Santo del Islam, sino más bien a gritos; dicho sea de paso, desde siempre me ha parecido un barbarismo teológico el ocultar lo creado por algún dios para evitar el defecto de lascivia que obviamente se debe al mismo creador. Tengo para mí que la salud moral y hasta psíquica de la ciudadana del video mejoraría grandemente si aquella se dignara habitar en lugares donde sus ojos no sean objeto de provocación, hiriendo su natural modestia, lo cual por cierto está en su mano.

Pero es la intención de imposición lo que no es de recibo, sobre todo en la misma zona geográfica en la que una empleada musulmana llevó a su empresa a los tribunales por no permitirle llevar la Hiyab en su trabajo, que le dio la razón, aunque luego la Justicia europea consideró otro tanto. La tal señora quería imponer, imponernos, su modo de entender la forma de vestir a los nativos de estas islas, algo que no han podido conseguir ni Amancio Ortega con todos sus tiendas ni todos los turistas que nos visitan con todas sus sandalias convenientemente acompañadas de sus preceptivos calcetines. Como ustedes comprenderán tengo también mis opiniones y conveniencias en cuanto a la forma de vestir de los que comparten los espacios públicos con nosotros, y que conste que algunos de ellos, en no pocas ocasiones, son merecedores de reproche inmediato; pero al tiempo soy tremendamente respetuoso con los gustos de hábito o vestimenta que puedan atesorar mis semejantes, eso sí, siempre y cuando no intenten mimetizarme a mí con sus atavíos; que le voy a hacer, siento un extraño desasosiego cuando alguien intenta establecer sobre los demás algún tipo de "uniformismo", del tipo que sea.

A la aullante señora le aconsejaría, modestamente, que no siquiera intentando la imposición de una determinada forma de vestir, no fuera cosa que alguien, siguiendo su misma fuerza argumental, insistiera en que todas las ciudadanas en verano deban ir enseñando las piernas, para más o menos alegría de los ciudadanos observantes, lo cual en unos casos será más feliz propuesta que en otros. Y es que los extremismos son indudablemente gemelos aún cuando parezcan proceder de distantes y absolutamente contrarios orígenes, pues sus fundamentos son eternamente iguales, la imposición de lo suyo y la prohibición de lo que les resulta aborrecible, por supuesto con absoluta ignorancia de todo aquello que por asomo tenga un ligero aroma a libertad.

Desconozco la procedencia de la "insultada" ciudadana, aún cuando por su forma de hablar no parece ser autóctona en demasía, si tal es, es decir si ha venido ella a nosotros y no hemos ido nosotros a ella, debiera haber considerado la respuesta que se debe a quien nos ofrece su casa pues, tal como se considera dentro del Islam, la Diyafa, la hospitalidad es inseparable de la enseñanza del profeta, que al tiempo debe corresponderse con cortesía y reconocimiento hacia el anfitrión por el recibido en su casa; enseñanzas que, por lo que se ve, la increpante señora parece haber olvidado. El viejo refrán hispano sigue aconsejando aquello de que "donde fueres, haz lo que vieres"; por mi parte he procurado practicarlo; sin ser religioso y en mis viajes nunca he entrado en un recinto tenido por sagrado, sin seguir sus usos y costumbres; me quité los zapatos en templos indúes y musulmanes, puse sobre mi cabeza la quipa en las sinagogas y me despojé de sombrero en los templos cristianos, pues consideré aquello no como actitud sumisa a creencia alguna sino como necesario e imprescindible signo de respeto hacia los si creyentes; y ahí está el quid de la cuestión, en el respeto.

Y ese respeto no se impone, no se obliga; se inspira, si quiere ser limpio y sin dobleces, porqué la imposición es prepotencia y la prepotencia es dictadura. La señora del video ha mostrado su prepotencia, su falta de razón, de la peor manera, con altas voces y malos modos; hay un antiguo proverbio árabe que siempre me ha parecido enormemente inteligente, dice: si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas, lo que en estos andurriales, menos poéticamente, se traduce por: habrías estado más guapa, callada.

* Abogado