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Muchas veces se viene preguntando, al modo del poeta, si acaso seguirá siendo uno de los suyos; si tal vez con los años haya aprendido a ampliar horizontes e incorporar nuevos parámetros sin que ello suponga incoherencia alguna o, por contra, esté perdiendo el hábito de emplear las neuronas como antes solía y, como resultado, apuesta por lo primero que se le ocurre. A fecha de hoy sigue sin poder precisar cuánto de inercia o sabiduría subyace en cada una de sus opiniones y se aferra a la idea de que la duda es también un modo de definirse, aunque ello diste de tranquilizarlo porque sería más bien ahondar en la indefinición.

No deja de ser paradójico haber corrido frente a los grises, o militado en lo que prefiere callar, para salirse ahora con que dejen ya de dar la vara con sa Feixina (¡que también son ganas de brindarle un protagonismo que no merece!) y dediquen tiempo y dineros a las fosas comunes y los necesarios análisis genéticos de los restos, si de verdad quieren algún alivio para los descendientes de tantos asesinados por los fascistas. Abrazaría a Amancio Ortega tras saber de su donación para la mejora sanitaria, confinaría a Trump en una isla desierta -rapado al cero y sin móvil para que deje de tuitear como acostumbra- y, si le apuran, lo mismo haría con Puigdemont y Rajoy mientras se dice, por darse una explicación comprehensiva a todo lo anterior, que sólo las contradicciones hacen a los hombres productivos. Y a las mujeres; a ellos y a ellas, no fuesen a etiquetarlo por soslayar una alusión explícita a las miembras como se estila hoy, aunque se pregunta si acaso hablar de los humanos en plan global será también incorrecto. Y así se las ve, con los interrogantes socavando el terreno a las certezas un día sí y otro también.

Ha llegado al punto de que ya no sabe qué es lo que puede esperarse de quien rechaza el conservadurismo, incluso más acá de la abstracción, pero no tiene empacho en afirmar que llamar "día del orgullo" al que reivindica el colectivo LGTBI -y no quisiera olvidar alguna letra- le parece impropio, excesivo e inadecuado para la deseable normalización. Es posible que las designaciones, reaccionario o progresista, hayan difuminado sus límites y vaya siendo aconsejable incorporar un abanico de etiquetas más acorde con los tiempos. O con los individuos y sus devaneos, porque se antoja evidente que la progresía debe implicar algo más que poner a Rajoy a bajar de un burro. ¿Posmoderno? ¿Hipócrita o escéptico? ¿Poliédrico? ¿Totalitario neoliberalizado?

Sostiene que aplicar el IBI a las propiedades de la Iglesia es cuestión de estricta justicia y ya basta de dejarles hacer de su capa un sayo, por más que éste se adecue mejor a su tradicional vestimenta. En cuanto oye la COPE se apresura a cambiar de canal como movido por un resorte, pero la moción de Podemos le pareció puro teatro y con Iglesias no puede, al extremo que, obligado a escucharlo, no le haría ascos a acompañar en la isla a unos confinados que, cuando menos, no le martillearían con discursos de manual. Pasados unos segundos, pasa a defender una tercera vía que ignora y acaba por decir, con Wagensberg, que únicamente se puede tener fe en la dubitación porque los dogmas se inventan y son inmunes a las evidencias (que para sí quisiera de ser capaz de asegurar que no obedecen también a los prejuicios, que esa es otra).

Denosta de la masificación turística, pero también de los hoteleros y sus alegatos a conveniencia, tan parecidos por cierto a los de Iglesias en sus egocéntricos propósitos; castas y caspas con sólo una letra para marcar la diferencia y, por seguir con unas antinomias que lo desconciertan cuando le da por querer explicarse en soledad, de los exámenes de selectividad a los toros. Respecto a la primera y en cuanto al idioma de las preguntas, el bilingüismo parece justificar el que los alumnos pudieran elegir entre uno u otro sin que ello implique atentado contra lengua alguna ni ofenda al punto de rasgarse las vestiduras. Por lo que se refiere a los astados, considerar la tortura de un animal como patrimonio cultural da a su juicio bastante que pensar. Claro que podría estar equivocado en todo porque (Heidegger dixit, su fascismo aparte) errar es el regalo de la verdad. O podría ocurrir que haya un tiempo para cada cosa y llegado a la segunda juventud, o a la cuarta, el razonamiento se limite a sacar la cabeza para no ahogarse entre las obsesiones, seguridades o postureos de antaño.

Por seguir con opiniones que pueden darse de bofetadas entre sí, menos permisividad para con los okupas y también por lo que hace a los Bancos y sus millonarias miserias. Hace unas décadas, sus pareceres no habrían discurrido, muchos de ellos, por semejantes derroteros, lo que (a diferencia de su titubeante talante actual) apunta a que algo debe haber cambiado. Quizá se trate simplemente de que el hombre es lo que come (descubrimiento de Marx), y reconoce que ahora cuida más y mejor su dieta y lo que se lleva a la boca, aunque ello no le ayude a perfilarse.

¿Retroprogre? ¿Veleidoso o ecléctico, inconsecuente y saltarín o un escolástico?

Tan confuso que, aprovechando una pausa en las presentes reflexiones, dejé de escuchar al espejo. Un exit. Aunque sin Inglaterra, que bastante tiene la pobre con Theresa May.

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