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Columnata abierta

El nota

Todo el mundo va al Lebowski Bar, lugareños y visitantes. Se junta una fauna variada en un local de estética americana plagado de referencias a la película de los hermanos Cohen. Para continuar con el homenaje, los que toleran la lactosa castigan el hígado con white russian, un cóctel a base de vodka, nata líquida y licor de café que volvió a poner de moda Jeff Bridges en aquella interpretación genial. Cuesta creer que una ciudad de poco más de cien mil habitantes tenga una vida nocturna tan salvaje como la de Reikiavik. Pero lo cierto es que un fin de semana a las cinco de la madrugada hay más tráfico humano en Laugavegur, su arteria principal, que cualquier otro día de la semana en horario laboral. Excepto en verano, que operan vuelos directos desde Madrid o Barcelona, a la capital de Islandia se llega antes desde Nueva York que desde España. En poco más de cinco horas una turba de jóvenes norteamericanos se planta allí cada viernes para celebrar despedidas de soltero, o bacanales con cualquier otra excusa. El turismo de borrachera no es patrimonio exclusivo de Mallorca.

Islandia se fue al garete en 2008 devastada por la crisis financiera. Se levantaron, y hoy el país vuelve a florecer a toda velocidad. Su principal referente literario, el premio Nobel Halldór Laxness, supo retratar el alma islandesa en su obra más conocida, Gente independiente. El personaje protagonista sacrifica todo por una independencia que centra en el hecho de poseer su propia tierra. Bjartur de Sumarhús representa el antihéroe tozudo y orgulloso que no cede ante el empuje de la modernidad, un inadaptado que se resiste a romper su vínculo telúrico. En el fondo, ese conflicto esencial es la crónica de la muerte lenta de una Islandia medieval, basada en pequeños barcos de pesca y granjeros aislados hasta mediados del siglo XX. Aquella economía de subsistencia fue sustituida por otra que es autosuficiente en energía renovable, con una de las mayores flotas pesqueras del mundo e ingentes exportaciones de aluminio. Esto quiere decir que cuando llegó el turismo a Islandia -que hoy supone cerca del 10% de su PIB anual- ya no había espacio para convertir aquello en un monocultivo económico. En Mallorca pasamos del carromato a la hotelería arrasando el resto de industrias. Quizá por ello en nuestra tradición literaria no existe la figura épica del payés que se enfrenta a la presión inmobiliaria, aunque los haya.

Islandia se independizó de Dinamarca antes de ayer, en 1944. Podríamos pensar que una ruptura tan reciente dejó heridas aún abiertas, pero el islandés es un pueblo culto, abierto y poco dado al rencor. Así que copian de todo el mundo, sin complejos, también de los daneses. Copenhague es famosa por su urbanismo amable e integrador. El Superkilen es un parque que nació fruto de un innovador proyecto paisajístico en Norrebro, uno de los barrios más cosmopolitas de la capital danesa. En una de sus plazas, que no calle, dibujaron sobre el suelo negro una secuencia de líneas blancas, ondulantes, que se adaptan a la topografía del terreno y a los árboles. Por ese espacio, concebido como lugar de encuentro ciudadano, no circula ninguna bicicleta. Y mira que hay bicicletas en Copenhague, una ciudad tan tolerante y acogedora que ha llegado a convertirse en uno de los principales destinos de turismo gay en el mundo.

El ambiente homosexual en Reikiavik es reducido por una estricta cuestión demográfica, pero hay tanto respeto y tantas ganas de marcha que el segundo sábado del mes de agosto la ciudad monta un desfile del orgullo gay tan espectacular que acude gente de todo el mundo. Ese día allí salen del armario hasta los heteros. Un año mezclaron ideas de turismo y diseño, y decidieron pintar el asfalto de una de las calles del centro con los colores del arco iris. Tiene gracia porque esa vía, Skolavordustigur, acaba en una inmensa iglesia con una torre visible a kilómetros de distancia de Reikiavik, una ciudad sin edificios de gran altura. Es otra muestra más de convivencia pacífica sin hacer alardes, ni poner banderitas en los retrovisores del transporte público, como si los conductores fueran hinchas de un equipo de fútbol.

Hasta para copiar hay que tener un mínimo conocimiento, y también sentido del ridículo. Una mente privilegiada en el ayuntamiento ha decidido peatonalizar una calle de Palma, y para demostrar que antes había subido a un par de aviones, o viajado por Google, se le ha ocurrido pintar la travesía con unas líneas psicodélicas de color rosa, imitando de una forma grotesca al Superkilen danés. De tal manera que, a pie o en bicicleta, uno tiene la sensación de estar saliendo de un coffe-shop en Amsterdam, tras haber ingerido uno de aquellos pastelitos de ácido tan divertidos. El otro día pasé por la calle Borguny en Palma, y por un momento pensé que aquella ocurrencia psicotrópica la podría firmar 'El nota', el personaje en bata, vago y con barba que aparece en El gran Lebowski, todo el día aturdido por culpa de los white russians.

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