Diario de Mallorca

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Una Rumanía cautivadora

Iniciamos el viaje con los prejuicios que generan las reiteradas noticias sobre bandas violentas, robos, asaltos y otros desmanes varios protagonizados aquí por gentes de allá; que si cuidado con los perros sueltos, atento por si te siguen y cuatro ojos con el bolso de tu pareja o las salidas nocturnas€ Pero fue meternos en el ajo y descubrir, a medio camino entre la sorpresa y el hechizo, un país atractivo, emergente en turismo y economía (está creciendo por encima del 3%), sin nada que ver con nuestros apriorismos y en el que ejercer de flâneur, de paseante por pueblos o ciudades, es un distendido placer.

Desde la misma llegada a Bucarest -el París de los Balcanes, la llaman algunos-, cobró rabiosa actualidad la recomendación de nuestro Ramón Llull: "Vete por el mundo y maravíllate". Disfrutamos, nada más iniciar el periplo, de una plaza de la Revolución y su peculiar monolito coronado por una patata (según nos contaron, lo único que les era dado comer en tiempos de la dictadura) y la mancha roja, de sangre, en recuerdo de los caídos; de su cuidado casco antiguo o un Parlamento que el megalómano Ceaucescu convirtió en el segundo edificio mayor del mundo -mil salas- tras el Pentágono. Son precisamente esas dictaduras padecidas las que explican el exilio (con preferencia a París, por seguir en lo posible sin salir de casa) de muchos intelectuales rumanos en el pasado: desde el huraño filósofo Ciorán al dramaturgo Ionesco, Mircea Eliade o la reciente premio Nobel Herta Müller, ésta a Berlín.

Tras dejar la capital ("la ciudad del miedo" en tiempos del último sátrapa, que así se refería a ella Norman Manea), la favorable impresión fue creciendo conforme nos adentrábamos en Transilvania, quitando razón a César Aira, el escritor, cuando afirmó en un artículo que la realidad de los viajes es la ficción que los cuenta. Y es que para papeles o colillas por el suelo mejor buscarlas aquí, al igual que el vocerío bajo las sombrillas de cualquier bar. En todos cuantos vimos se hablaba con discreción, en voz baja, y la tranquilidad que procuraban los buenos modales presidía el ambiente. Sibiu (la novena ciudad de Rumanía y cuyo ex alcalde es hoy el presidente, primera en inversión internacional y capital de Europa de la cultura en 2007), parece contemplar el deambular de los transeúntes desde unas ventanas en los tejados cuyo diseño las asemeja a ojos entornados. Y desde allí, en un trayecto sembrado de pequeños pueblos, hasta Sighisoara, ciudad medieval magníficamente conservada al extremo de ser declarada patrimonio de la humanidad, amén de cuna del legendario vampiro Drácula cuya morada visitaríamos días después.

Churchill sugirió que los Balcanes producen más historia de la que son capaces de asimilar y se refería por entonces a los recurrentes conflictos centroeuropeos pero, a día de hoy, son gentes y paisajes los que sobrepasaron con creces nuestras expectativas e intentábamos digerir y almacenar para el recuerdo. En Bucovina (traducida, "el país de los hayedos"), al norte de Moldavia, nuestros ojos, a diferencia de los descritos en los techos de Sibiu, se abrían hasta la desmesura al contemplar algunos de los monasterios fortificados que salpican la zona. Tanto en el de Moldovita como en Sucevita o Voronet (ambos del siglo XVI), los frescos multicolores que adornan los muros, por ambos lados, justificarían por sí solos el viaje y no hay descripción alguna que pueda integrar semejante ensamblaje de piedra y pincel, lo que sin duda aportaba a Churchill evidencias adicionales para su hipótesis.

Hubimos de detenernos en el desfiladero de Bicaz para probar la miel de pino mientras mirábamos un cielo convertido en estrecha cinta azul allá en lo alto, pasear junto al lago Rojo y llegar, finalmente, a la ciudad de Brasov (280.000 habitantes), antigua capital de Transilvania y en la que no me habría importado quedar a vivir por un tiempo para recorrer, una y mil veces, su seductora plaza o aquella calle (la más estrecha de Rumanía y que convierte en avenidas las más angostas de acá) donde es tradición que los recién casados prueben a pasearla uno junto a otro y comprobar si caben ya que, en otro caso, su futuro se verá ensombrecido.

Sin embargo, nos aguardaba el castillo de Bran, residencia de Vlad III -Drácula en la novela del irlandés Bram Stoker que, sorprendentemente, nunca visitó aquellos parajes-. Afortunadamente no se dejó ver, de modo que, sin anemia aguda por mor del mordisco, pudimos seguir hasta Sinaia y recorrer, en un escenario boscoso que realzaba si cabe su magnificencia, el palacio de Peles, residencia que fue del rey Carlos I durante los veranos.

Si el peor viaje, como alguien aseguró años atrás, es el no realizado, el garbeo por los Cárpatos se coloca en un lugar destacable de entre los vividos. Y, encima, con precios que invitan a deshacerse de unos cuantos lei, la moneda de allí, a la menor oportunidad. Aunque se trate únicamente de un chupito de palinka y es que, con sus ochenta grados, dos serían demasiados. Sea como fuere y de tener ocasión, pruébenlo in situ, sea en Sibiu o en Brasov y, como me ha sucedido, no se arrepentirán.

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