Hay corruptelas con las que hemos tenido que convivir fatalmente, sin haberlas erradicado nunca del todo. Desde los "fondos de reptiles" con que los primeros gobiernos de la democracia untaban más o menos subrepticiamente a los medios de comunicación hasta la utilización posterior de la publicidad institucional como acicate de determinadas lealtades mediáticas, las prensiones procelosas sobre el mundo abstracto de la libertad de expresión han deambulado amenazadoramente por el panorama. Pero nunca con la desfachatez con que lo hace ahora el independentismo catalán. A instancias de la CUP, que marca como es sabido la pauta aberrante de la demolición del Estado de Derecho, el parlamento catalán -es decir, el mayoritario sector soberanista formado por Junts pel Sí y la propia CUP„ han sacado adelante una moción que insta al gobierno de la Generalitat a vincular la publicidad institucional en los medios a la servicialidad independentista, es decir, al compromiso de difundir la campaña pro referéndum que se prepara. El referéndum pasa a un segundo plano en esta historia. Es el hecho de plantear que los medios de comunicación sean chantajeados de este modo el que obliga a utilizar las más gruesas descalificaciones para calificar la iniciativa. Sólo a un fascista se le puede ocurrir tal manipulación. A un fascista con suficiente desfachatez para defender en público sus aberrantes inclinaciones.
